Los políticos de siempre, los que llevan toda la vida viviendo de esta lucrativa profesión, cuando carecen de argumentos, optan por la demonización. No hay análisis de las alternativas sino que convierten a la competencia en algo potencialmente peligroso. ¿Peligroso para quién? De tanto anunciar que viene el lobo, no se percatan de que el personal de lo que está verdaderamente harto es de los insaciables «pastores» de siempre.

Los profesionales de la casta política dominan el lenguaje, no sólo porque viven de sus redes clientelares, sino porque someten a golpe de contratos y subvenciones a los medios, cada día más dependientes. EL PAIS pontificaba no hace mucho que VOX es un partido ultra, «extremista» y que no participa de la democracia. En el mismo libelo afirmaban que PODEMOS es una estructura abierta, participativa y que siempre ha aceptado la libertad y el juego democrático. Esto, más que información parece una escalofriante manipulación. Repiten sus voceros que la «derecha y la ultraderecha hablan de libertad pero quieren recortar la libertad y los derechos de los que ya se disfruta» pero nunca explican a qué se refieren.

La pasta es la pasta y la actual política depende más del marketing que de postulados ideológicos. Si analizamos detenidamente sus discursos descubrimos que no hay mensaje ni contenido. La progresía, siempre creída de su fatua superioridad moral, se llena la boca con los casposos términos de siempre, que de tanto repetirse han perdido su sentido original: libertad, progreso, prosperidad… ¿quién va a renunciar a todos estos beneficios? Dígame ¿cómo va a conseguir que seamos agraciados con todos estos parabienes? Nuestra experiencia determina que cada día somos menos libres, menos conscientes y el único que progresa es su partido.

Los temas ideológicos son una cuestión de postureo sin estructura ni funcionalidad. Ya no existen diferencias entre agrupaciones conservadoras o de izquierda porque se han atragantado de tanto «wokismo». Todos los partidos son resilientes, ecológicos, luchan frente a la violencia de género, abrazan la alarma climática y hablan de integración, multiculturalidad, diversidad… un montón de «cadenas» que todos aceptamos obedientemente, por miedo a ser cancelados. Si en una simple reunión de amigos a veces lo hacemos nosotros, es inevitable que también lo hagan empresas, comunicadores o políticos… Utilizar toda esta vacía verborrea en la que cada día creen menos personas, resulta cómodo y evita problemas. Si no la utilizas, el moderno catecismo de la progresía te condenará por no postrarte ante el discurso único, aunque ese discurso esté cada día más vacío. Aquel que defiende un mensaje alternativo a los sinuosos y asfixiantes engranajes del poder es de extrema derecha o un negacionista. 

Los pastores se desgañitan gritando ¡que viene el lobo! con afirmaciones tan categóricas como infundadas. Gritan indignados que las mujeres van a perder todos sus derechos, que ellos niegan el cambio climático, que les gustan los toros, pegar a las mujeres y odian a los diferentes. Incluso que están en contra de las vacunas o de que éstas sean obligatorias. 

La agenda 2030 se ha pasado de frenada y Europa empieza a reaccionar, harta de la incompetencia y voracidad de los partidos que llevan en el poder más de medio siglo. Todos estos millones de votantes europeos son gente normal, con sus familias, sus trabajos, sus ilusiones y sus problemas. No son enfermos mentales, ni extremistas asesinos, ni negacionistas. Gente normal que esta cansada de ser exprimida a base de impuestos, de que le digan cómo tienen que vestir, comer, disfrutar de su ocio o educar a sus hijos. Personas normales, cansadas de los grandilocuentes discursos de siempre, que se han dado cuenta de que vivimos peor que hace décadas y con menos libertad; por mucho que nos quieran anestesiar con tanta tele y redes sociales.

Vivimos en un país cuya ciudadanía se reconcilió con su historia hace muchas décadas, pero su Sanchidad y socios alientan constantemente aquellos rencores del ayer con el dinero de todos.  Deforman la historia y amenazan con sanciones económicas o penales a cualquier línea disidente o independiente. Los que tanto nos hablan de libertad están desempolvando los crímenes de pensamiento. La imposición de cuotas de género, grupos raciales y doctrinas temáticas cercenan los contenidos creativos como lo hacía hace años la censura. Un ambiente opresivo dónde estos sicarios de lo políticamente correcto nadan y guardan la ropa.

Estamos inmersos de pleno en la 4ª revolución industrial. Anteriormente estos movimientos sociales se generaban por y para la gente, o eso queríamos creer. En la actualidad no los protagonizan los pueblos, sino las elites que realmente ostentan el poder. Los que realmente mandan patrocinan el gran movimiento de destrucción de las identidades históricas, de suplantación de los roles tradicionales de hombre y mujer. Intentan imponer nuevas y sinuosas divisiones sociales, donde todos parecemos iguales, pero solo en apariencia. La riqueza se concentra cada día en menos manos, y aumentan las desigualdades. El orden económico se transforma por completo en un movimiento que, también aquí, no mira en absoluto a las necesidades del común, sino a la eternización del propio sistema.

Menudo esperpento este retorno de las claques del siglo XIX en versión televisiva. Mira que el líder supremo de la Moncloa nos tenía acostumbrados a sus espontaneas apariciones, rodeado de gente que le profesa un amor insondable. Ni el sátrapa de Corea es tan imaginativo. Décadas después de que las subvenciones sustituyeran a las divertidas claques, un programa de entretenimiento de una cadena privada de televisión retornó al pasado y recreó un divertido espectáculo con un público entregado. Estas son las nuevas “realidades”. Puro marketing para estómagos agradecidos.

Pero ficción y realidad cada día se segregan más. Tras los resultados electorales, de estos últimos meses en Italia, Suecia, Finlandia, Alemania y muchos otros países, parece ser que existe cierto hartazgo de tanto marketing, de tanto buenismo y de tan pocos resultados. La gente está demandando cambios de verdad, de los estructurales, de los funcionales y operativos, y no de simple decorado con las chorradas de siempre.

Los politiquillos del siglo XXI, dominados por los financieros y su globalización, sólo pueden prosperar con la supresión de las barreras tradicionales: la propiedad privada, la soberanía nacional, la red de solidaridad comunitaria, la familia, la religión…Todas esas cosas que hoy el discurso dominante condena como «reaccionarias» y de extrema derecha. A lo mejor no es al lobo a quien hay que tenerle miedo sino a los codiciosos pastores.

Luis Nantón Díaz