Cuando un gobierno moderno se preocupa por sus ciudadanos, realmente está atendiendo a sus consumidores, a sus votantes…a sus esclavos. Cuando su Sanchidad te da una de sus limosnas en forma de ayuda o subvención, es porque anteriormente te lo ha arrebatado con creces. Pero cuando hablamos de organismos supranacionales como la UNESCO, el Banco Mundial o la Organización Mundial de la Salud es mucho peor. Estos no dan nada, estos son los grandes liberticidas y además, nadie les ha votado.

Por eso, como ha ocurrido muy recientemente en Davos, con los iluminados del Foro Económico Mundial, sus diferentes plataformas y voceros están actualizando su política de contenido inapropiado. Pretenden a partir de febrero, silenciar cualquier canal que trate acontecimientos sensibles. Un término tan ambiguo que puede abarcar prácticamente cualquier tema. Todo lo que vaya contra la posición oficial de gobiernos y de la UE será considerado como desinformación, cuando no directamente delito de odio.

Es la moderna censura. Es la cultura de la cancelación, un nada disimulado control social, para callar la boca a los contados espíritus críticos e independientes que se salgan del camino marcado y osen contradecir los relatos oficiales y sus “chulis” patochadas. Como es habitual, lo disfrazan como bien general para los ciudadanos, la sociedad, el planeta y la democracia. Cuando se niega la verdad, todo es subjetivo y queda sujeto a los presuntos consensos establecidos por supuestas democracias: fallidas para el ciudadano, pero muy válidas para el ingeniero social globalizante. Cuando lo que hacen es vulnerar el irrenunciable principio democrático de la libertad de opinión y expresión.

Ahora están centrados en su gran objetivo. Su Tratado de Pandemias. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y su director general, Tedros Gebreyesus, es fundamental que las naciones cedan gran parte de su soberanía e independencia, cediendo enormes parcelas de poder a la OMS en caso de alarma sanitaria, climática, pandemia o cualquier cosa que se les ocurra. Ya vimos en 2020 como alteraron la denominación de pandemia, para que pudieran organizar un encierro planetario del que no nos hemos recuperado. 

Los principales patrocinadores de la Organización Mundial de la Salud no son las naciones independientes sino grandes fundaciones y consorcios, fundamentalmente de la industria farmacéutica. La OMS y sus funcionarios rinden pleitesía a quienes aportan la pasta y el poder, y el bien de la salud pública, no es un objetivo, sino un pretexto. Sus actuaciones, resultados y escándalos en los últimos 10 años, son una prueba irrefutable de lo que muchos denuncian.

Ponernos en mano de estos oscuros funcionarios, que nadie ha elegido, para que puedan restringir movilidad, determinar confinamientos, obligar a vacunaciones masivas y cualquier apocalíptica medida que se les ocurra, resulta aterrador, aunque sea en nombre del bien común. Me recuerdan a Robespierre y sus secuaces de la época del terror, luchando por la libertad y la fraternidad, mientras afilaban su guillotina.

Merece especial atención la brutal presión que ejerce la OMS sobre los Estados para que suscriban un tratado y acepten enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional. Para ello utilizan ingentes recursos para inocular miedo permanente y constante en la población. Convierten las gripes de toda la vida en pseudo pandemias con nombres cada día más horripilantes. Fomentan el uso de la mascarilla para estimular el miedo y el desconcierto entre la ciudadanía ¿Es ético utilizar el miedo, el terror y la incertidumbre para obligar a los gobiernos a tomar decisiones que pueden tener consecuencias a largo plazo? 

Por ejemplo, el director de la OMS ha declarado la guerra a la carne y a la agricultura tradicional, en nombre de la lucha contra el cambio climático: «Nuestros sistemas alimentarios están dañando la salud de las personas y del planeta. Los sistemas alimentarios contribuyen a más del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y representan casi un tercio de la carga mundial de enfermedades» ¿Alguien recuerda haber elegido a este payaso para dictar qué tipo de agricultura y dietas están permitidas? No, pues yo tampoco lo recuerdo.

Un tipo que lo explica todo maravillosamente y con una espeluznante transparencia es el filósofo e historiador Yuval Harari, quien cada día es más claro y vehemente en sus exposiciones a favor del nuevo orden mundial. Al menos es difícil llevarse a engaño. Harari no se cansa, con una frialdad que hiela la sangre, de soltar rollos sobre esa masa ingente de humanos inútiles que constituimos un peso muerto para el planeta, sobre todo ahora que la mecanización y la inteligencia artificial nos convierten en superfluos. Una buena guerra atómica, una pandemia, una hambruna podrían ayudar a aliviar el problema pero «ellos» no van a sufrir las consecuencias. Como él mismo ha dicho públicamente con una aberrante sinceridad, “si pasa lo peor y llega el diluvio, los científicos construirán un arca para las élites, dejando que se ahoguen los demás”. Los demás, por si no se entiende, somos nosotros, los que nunca vamos a recibir una invitación para asistir a la fiesta de Davos.

Mientras deciden qué hacen con todos los que sobramos, lo que tienen claro es que hay que estabularnos y controlarnos muy de cerca. Y la pandemia de coronavirus les ha venido como anillo al dedo para conseguirlo. Seguimos con Harari: «El covid ha sido clave, porque es lo que convence a la gente para aceptar y legitimar una supervisión biométrica total. No solo tenemos que controlar a la gente, tenemos que controlar lo que pasa bajo su piel». Nos han tomado la medida y el tratado de pandemias va a suponer una increíble concentración de poder en manos de unos pocos. Pero por nuestro bien.

Todo este macabro circo es algo más que los desvaríos de unos millonarios con delirios de grandeza. Los gobernantes de medio mundo se dan de bofetadas por aparecer en Davos y aplican sus recetas con una unanimidad delirante. Desde luego, el fundador y director del invento, Klaus Schwab, cree que está dictando el porvenir de la humanidad y no se corta a la hora de anunciarlo. «El futuro no sucede sin más. El futuro lo construimos nosotros, una comunidad poderosa como ustedes aquí en esta sala», dijo en el discurso inaugural. No paro de repetirlo, ellos se lo creen, están convencidos. Los únicos incrédulos somos los que pagamos la fiesta, somos nosotros.

Nos jugamos mucho. Recuerda aquello que decía Hermann Hesse en la introducción a Sidharta: «Mi historia no es agradable, no es suave ni armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos». No lo olvides, es por nuestro bien.

Luis Nantón Díaz