Soy tan persistente, como aburrido con los datos económicos. Todo se resume en que el país se ha ido al garete, vamos proa al marisco y vivimos de prestado; resultan innecesarios análisis más complejos. Pese a estar rodeado de realidades el día a día está ahí. No es necesario hablar de macroeconomía, para que te duela el bolsillo al ir a hacer la compra, pagar la luz o llenar el depósito. Pese a ello, hay personas que piensan que la culpa es de Putin, de Franco o del cambio climático. ¡Pues seamos felices!

Cuesta abajo, sin frenos y la ministre de trabajo empujando. ¡Basta ya de discursos económicos! Simplemente analicen los resultados de cinco años de alocadas políticas, absolutamente erráticas y descerebradas. Es como la educación, sólo hay que centrarse en los resultados. Imponen un nuevo incremento del salario mínimo que no soluciona la inflación pero empeora los niveles de contratación y multiplica la carga fiscal. Es fantástico subir las tablas salariales pero a cargo de las empresas, que papá estado sólo está para recaudar más.

Como somos el motor de Europa y nos sobra la pasta, vamos a reducir la jornada de trabajo. Si aplicáramos una reducción de 2,5 horas para la totalidad de los trabajadores, como anuncian, se estarían dejando de trabajar unas 53.000 horas semanales, o lo que es lo mismo, 2.600 millones de horas en el conjunto del ejercicio. Esta reducción de horas tendría un efecto devastador en la productividad; equivaldría a la pérdida de 1,5 millones de puestos de trabajo a tiempo completo. Justo lo que nos hace falta ahora para mejorar nuestra mermada competitividad.

La semana anterior, comentaba entre otros dislates que unos 17,7 millones de trabajadores del sector privado y autónomos cotizamos para mantener de forma directa al resto de la población activa, poco más de 30 millones de personas. Es decir que el 37% de la población mantiene económicamente a toda la estructura nacional. Este sistema claramente deficitario no se lo puede permitir ni un país rico, sobre todo si en vez de invertir en el futuro, se machaca la pasta en rolletes ideológicos y en fomentar las redes clientelares.

Sin embargo, las cifras ocultan la cada vez mayor precariedad de los nuevos empleos, el protagonismo de las colocaciones en el sector público y la consolidación del empleo parcial. Los datos de la encuesta que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) muestran un claro debilitamiento del empleo en el último trimestre del año. Cada día es más difícil cubrir las vacantes o las bajas, hay poco talento, y el que existe se va fuera. Las capacidades de trabajo se notan por ausencia. Estoy generalizando, vale, pero a la callada, todos pensamos igual, todos los que tengamos algo que ver con el mundo de la empresa, de la economía, del empleo… cada día cuesta más encontrar gente que quiera trabajar. No esperemos que una ineficiente clase política vaya a resolver esto. Ni esto, ni nada.

Hay un factor añadido preocupante, el aumento exponencial de las bajas. Los datos de la Seguridad Social muestran que hasta octubre de 2023 la media de procesos de baja mensual alcanzó los 688.000, 115.000 más que la media de 2022 -año completo-. Esto supone un 20% más que ese año y más de un 60% por encima de los registros del año. Del análisis se excluyen las bajas de autónomos y por enfermedades profesionales. Estamos al filo de una revolución laboral que promete ser radical y rotunda, ante la cual nuestro país no ha preparado nada, pensando que bastará con subvencionar sine die a los parados y establecer un salario social para parchear la situación. Ni siquiera los servicios de salud han previsto el aumento de enfermedades psicológicas y patologías sociales que se avecinan como consecuencia de la inactividad laboral.

Pero a lo mejor se está gestando un cambio. Alumbran algo de esperanza las movilizaciones de agricultores y ganaderos, que al igual que en el resto de Europa, están siendo secundadas por otros importantes colectivos de trabajadores. Sus reclamaciones son justas y la prueba la tenemos en dos reacciones: la mayoría de las élites políticas están en contra y los sindicatos mayoritarios las consideran maniobras empresariales. ¡Tanta gamba no te deja ver el bosque!

Las políticas inspiradas en el Pacto Verde y la Agenda 2030, en particular la Estrategia de la Granja a la Mesa y la Estrategia por la Biodiversidad, han tenido graves consecuencias para la economía española, en especial para el sector primario. Nuestros ganaderos y agricultores, todo el sector primario, son los adalides de la conservación del medio natural. Estamos hablando de adoptar las medidas necesarias para garantizar la soberanía alimentaria, la eliminación de la competencia desleal y el fortalecimiento del principio de preferencia comunitaria. 

Los tractores no están invadiendo las calles como resistencia a la persecución que sufren, sino por el cambio climático y la guerra de Ucrania. Esto lo acaba de soltar la bruja Úrsula, sin sonrojarse, como si fuera un clon de su Sanchidad. La casta política ha normalizado lo de soltar embustes y burradas sin reconocer sus locuras. No hay que perder de vista que estos movimientos reivindicativos pueden influir en el resultado de las elecciones del próximo 9 de junio al Parlamento.

Es necesario defender los intereses de España frente a las instituciones europeas en particular de nuestro sector primario. Hay que revisar los acuerdos comerciales con terceros países y suspender aquellos que permitan la importación de productos que no cumplan las exigencias y controles impuestas a nuestros productores. Es absurdo establecer una normativa asfixiante para la producción europea y al mismo tiempo subsidiar las importaciones de Marruecos que tienen unos controles de risa. Vamos, como los de fronteras…

Todo esto que empieza a despertar no es una mera cuestión económica o de independencia alimentaria. Y no olvidemos lo que a mi parecer es lo más importante, lo de mayor trascendencia. Salvar al sector rural es salvar a la nación. Se trata de un reto político e histórico: luchar contra la Agenda 2030 para que nuestro sector primario siga existiendo es fundamental. Realmente necesario apoyar las protestas de los agricultores, descontentos tanto con las políticas verdes impuestas desde Bruselas como con la sumisión del gobierno ante una ideología que está provocando la muerte del sector primario nacional.

Todo esto que está arrancando, y confiemos no se tuerza, no es una mera cuestión económica. No es, siquiera, la comentada independencia alimentaria. Es mucho más, porque el sector primario, agricultores, pescadores, ganaderos son lo más cercano a la tradición, a nuestra cultura, a nuestra esencia nacional. Todo ello, tan importante como lo primero, o mucho más. No es economía, es NACIÓN.

Luis Nantón Díaz