Todo esto de la emergencia climática es mucho más peligroso de lo que pensamos. Nos iremos dando cuenta rápidamente, con el paso de los meses. En un fin de ciclo, todo transcurre a una vertiginosa velocidad. Aunque es un constructo con múltiples tentáculos, necesitan acabar con nuestro sector primario para que dependamos de terceros en todo.

Un reciente ejemplo lo tenemos en el diario «La Razón» que esta semana publicaba un artículo que es una muestra del estridente timo climático. El artículo lleva por título «La leche de cucaracha, el superalimento del futuro: Estas son sus excelentes propiedades y por qué los humanos debemos tomarla», como no podría ser de otra manera, destaca como algo primordial que es la mejor forma de luchar contra el cambio climático. Como con las políticas de género, hace pocos años, inmediatamente leías la locura, la ocurrencia de turno y dudabas. Ahora no, ahora te lo crees.

Hace años acabaron con nuestra independencia industrial, hace menos tiempo con la energética y ahora quieren acabar con la alimentaria; ahora sí que ya vienen curvas. Y todos los politiquillos mientras, engullendo buenas chuletas y luciendo roscos de la agenda 2030. Esto consiste en acabar con el mundo rural, lo único que queda de tradicional en las sociedades occidentales. 

Los burócratas de la Unión Europea no paran de poner trabas a los productores del sector primario. Los escollos son infinitos y dificultan la viabilidad de sus explotaciones con la trazabilidad. No pueden utilizar fertilizantes o fungicidas, mientras pactan acuerdos preferenciales con países no europeos en los que se utilizan esos productos y los controles sanitarios son casi inexistentes. ¿Y esto por qué es así? Porque la UE se ha visto obligada a pactar esos acuerdos para que los países del Magreb hagan de barrera contra la inmigración en Europa…¡Sorprendente!

Destruimos las explotaciones de nuestros agricultores y ganaderos, para dar entrada a productos del norte de África, claves para la contención de la emigración hacia Europa. A pesar de regar con lluvia de millones al Magreb, muy especialmente a Marruecos, la llegada de inmigración se multiplica exponencialmente. Lo que más rabia me da, es que este desastre se disfraza de inconsistentes etiquetas humanitarias, cuando en realidad  se potencian las mafias del tráfico de personas, muchas de ellas vinculadas a las jerarquías de sus propios gobiernos.

Negocio redondo: empresas y gobiernos del Magreb facturan a lo grande a la Unión Europea exportando libremente productos hortofrutícolas, a cambio de contener una inmigración -cosa que no hacen- a la que también se cobra por cruzar el país. Mientras arruinamos a los productores europeos, para que dependan sin medida de unos productos que no soportan las asfixiantes trabas administrativas europeas.

Esta semana se ha celebrado un importante encuentro en el Parlamento Europeo donde diferentes representantes políticos han reclamado que en la próxima legislatura se derogue el Pacto Verde, se hagan informes de la evaluación del impacto de todas las normas actuales sobre la rentabilidad y se revisen los acuerdos comerciales con terceros países para garantizar las cláusulas espejo. La reunión se ha producido en el marco de las protestas del mundo agrícola en toda Europa contra el Pacto Verde y la Agenda 2030. Resulta evidente que muchas de las decisiones importantes de la UE en los últimos años se han tomado mucho más desde la ideología que desde la ciencia.

Es fundamental que la Política Agraria Común (PAC) resulte más realista, más cercana a ganaderos y agricultores. Pero sobre todo a los pequeños explotadores, que son la gran mayoría. Aquí también está ocurriendo lo mismo que con los fondos Next  Generation. Son para inversiones exclusivas de los limitados vectores de la Agenda 2030 y para empresas, que poco recorrido tienen con la creación de empleo y la generación de riqueza. Es de cajón, sin sostenibilidad económica, no hay sostenibilidad de ningún tipo.

El campo, lo que intenta transmitir con sus protestas es que es necesario compatibilizar el medioambiente con la viabilidad y futuro de las explotaciones. Si la explotación no es rentable, lógicamente no tendremos agricultores, no tendremos ganaderos, no tendremos relevo generacional en nuestros pueblos y, lo más importante, no tendremos esa alimentación sana y de calidad. Se está volviendo cada vez más difícil ser agricultor. La tragedia del campo europeo se basa en una pinza letal: una carga fiscal cada día más insoportable e infinidad de restricciones a la producción, para que no se pueda atender la demanda. No al menos, a un precio justo. Además de esa alocada carrera en la que llevamos décadas, para eliminar cultivos, para incentivar el abandono de tierras de trabajo mientras multiplicamos nuestra dependencia del exterior. ¿Nadie se da cuenta? Todos palos en la rueda impuestos por gente que cree que las lechugas y los tomates crecen en el supermercado.

Lo que más miedo me da ahora, es que los gobiernos europeos, siempre tan cortoplacistas, le vendan la burra a los productores del sector primario europeo, con insustanciales rebajas de la presión de la agenda 2030 y alguna que otra subvención a los carburantes. El eje del problema, lo que utilizan los iluminados globalistas, es una progresiva deformación de la PAC. Creada en 1962, siempre tuvo un carácter  intervencionista, que fue adaptándose a las circunstancias. Originalmente y a través de un paquete de subsidios a la agricultura y a la ganadería, respondía a los objetivos de la autosuficiencia alimentaria de los países miembros de la Comunidad Económica Europea.

Las subvenciones comunitarias pretendían estabilizar el mercado imponiendo precios mínimos garantizados, sistema que terminó con un costo inasumible para los Estados miembros. A mediados de los 80 implicaba un porcentaje mayoritario del presupuesto comunitario. Con cada fracaso, la PAC fue sometida a reformas que fueron formateando la estructura, la ideología y la metodología de producción primaria europea siempre buscando la dependencia de la limosna estatal. Con la llegada del Foro Mundial y sus iluminados, la PAC se convierte en una magnífica herramienta para acabar con el campo europeo. Además, no son pocos los que denuncian que parte de estos mastodónticos presupuestos terminan en gran medida en los bolsillos de lobbies funcionariales y grandes consorcios patrocinadores.

Para los globalistas es una cuestión de supervivencia, no pueden permitir que la voluntad popular termine con sus privilegios oligárquicos. Las elecciones europeas son un campo de batalla cultural clave entre la casta dominante y sus gobernados. Tenemos una fantástica oportunidad para cambiar la lógica tiránica del buenismo que se inició tras el fin de la última guerra mundial y culminó en la alocada agenda woke. Si nos engañan nuevamente, las grandes corporaciones y sus políticos, exigiendo regulaciones a terceros países en lugar de exigir el fin de las propias, habremos perdido la batalla.

Luis Nantón Díaz