Como siempre ocurre, la historia reitera estrategias, circunstancias y procesos, perfectamente contrastados, tan evidentes como la generalizada negación para vislumbrar el futuro que se avecina velozmente. Hablo de negación, no de incapacidad. Dudo que, a estas alturas de esta alocada trama, alguien no se haya enterado de la tormenta perfecta que nos espera en el 2021, es decir, dentro de unos días. No puedo concebir a alguien, que no este convencido de que nos encontramos en mucho más que una crisis coyuntural, algo que supera todo lo que la generación que lidera, que “tira del carro” ha conocido hasta la fecha.

Todas las épocas que han jalonado nuestra larga historia han superado periodos duros, épocas de cambio, trances muy difíciles. Muchos, muchísimos quedaron por el camino, pero la sociedad, movilizada por una serie de élites, tenía esperanza, fé, confianza, voluntad de poder. Las cosas estaban claras, lo que se perdía, y lo que se podía ganar. Ahora estamos inmersos en un cruce de caminos, en un decisivo cambio de ciclo, pero nos encontramos amodorrados, confiando ilusoriamente en “algo” que va a venir, y por lo que vamos a recuperar nuestra estabilidad, nuestra seguridad, …, aunque si lo pensamos serenamente era una “normalidad” más que discutible, simplemente una plataforma de lanzamiento para lo que ahora nos lamina.

Ahora, en líneas generales, somos una sociedad descreída. A fuerza de relativizar, obcecados por intentar analizarlo todo en una probeta, nos han arrebatado todo. Y cuando eso ocurre, solo queda un número de DNI, identificación para un pequeño consumidor, un patético votante que periodo tras periodo es vapuleado por un ineficaz y carísimo sistema de partidos políticos. La mayoría de los actuales gobernantes son Individuos con miras tan a corto plazo como carentes de auténticas y contrastadas capacidades de gestión. Lo malo no es que carezcan de escrúpulos, que no estén animados por una vocación de servicio, lo realmente negativo es que son extremadamente torpes.

Dicen que la democracia, al menos con la actual demografía, es el sistema político menos malo. Posiblemente así lo sea, pero siempre partiendo de la base de que las reglas del juego se cumplan. Los sujetos que en las últimas décadas están copando la mayoría de las agrupaciones políticas solo están animados por un aberrante interés personal, por una desmedida ansia de medrar, cueste lo que cueste. Hay que empezar a pensar, con urgencia, en un sistema legal que limite los abusos de los partidos políticos, una reforma constitucional que otorgue una mayor relevancia a la sociedad civil, verdadera fibra de la comunidad en la actualidad. Desde nuestro “gran timonel” en la Moncloa, hasta la mayoría de los desgobiernos locales, esto es una interminable, alocada, burda y caótica maraña de inexperiencia, agenda ideológica, egos desmedidos, todo ello sazonado hábilmente con una estrategia de ingeniería social encaminada a una termitera global sin alma, sin criterio, sin vida.

Momentos cruciales, época de cambio donde hay que adoptar medidas audaces. Es un rápido suicidio colectivo continuar confiando nuestro destino en los mismos incapaces que durante décadas han estado jugando con pólvora ajena. Durante la primera oleada de la pandemia, a todos nos pillaron con el pie cambiado, pero ahora ¿cuál es la excusa? No es lo mismo ambicionar el poder, que gobernar, de igual manera que no es lo mismo un “estado de las autonomías”, que un “estado de las autonomías que funcione”. Ayuntamientos, Cabildos, Diputaciones, Comunidades Autónomas, Gobierno Central, miles de asesores,  todos realmente ausentes, esperando órdenes, culpando al de arriba o al de al lado, carentes de una única y decidida estrategia nacional. Solo les preocupa “chupar cámara”, discursillos carentes de contenido, rimbombantes planificaciones carentes de estrategia y dotar de subvenciones y regalos a su creciente red clientelar, para asegurarse su brillante futuro.

Los ciudadanos nos estamos ahogando en un mar de confusiones, pero ya son muchos los que se están percatando que la administración, poco a poco, esta dejando de funcionar. Lo malo no es que muchos vamos a celebrar la navidad por Skype, lo realmente lamentable es que todos sabemos que el año que viene va a suponer una caótica calamidad, aflorando el desorden, crisis, paro e inestabilidad, lógicos frutos de tanta pasividad. Pero también es responsabilidad nuestra, que percatándonos de que son momentos de cambio, no afrontamos la situación con coraje, intentando recuperar nuestro destino.

Aquí en Canarias, sufriendo una autentica invasión, ves como muchos hablan del tema con cautela, casi con miedo, para que no sean acusados de xenofobia, o cualquiera de las patéticas etiquetas que han diseñado para estabular al personal. En estas últimas semanas, pero de forma muy cercana, hemos visto como mienten de forma desaforada, sin límites, sin vergüenza, mientras seguimos promocionando nuestro vital sector turístico, con tan variados desafueros. Eliminemos el efecto llamada, dejemos de subvencionar este negocio de las mafias de personas, de mendigar en política exterior y primemos las necesidades de nuestra gente. Escribo lo que la mayoría de nuestra gente piensa y siente, muy alejado de las locuras globalizadoras de unos pijos progres muy distantes de la calle.

Los presupuestos nacionales que se manejan son una sencilla y absoluta locura, una estrafalaria fábula, sustentada en axiomas tan irreales como irresponsables. Lo de menos es que sean aprobados gracias a doblegar al país frente a secesionistas catalanes o filo-terroristas vascos, siempre interesados en engrosar sus arcas y prebendas, mientras rápidamente descomponen la nación. El problema de los presupuestos es que no se sostienen con una simple calculadora.

Son tiempos para la contención del gasto público, con reducciones presupuestarias en todos los ministerios, salvo en trabajo y sanidad. Son tiempos para alentar una reducción de impuestos que aumente la inversión y estimule el consumo. Es una época para empezar con medidas de austeridad en la administración, con reducción de ministerios y de consejerías autonómicas con devolución de competencias, bajada de sueldos de altos cargos, liquidación de la mayoría de los miles de asesores. Pero hay que empezar reconociendo la gravedad de nuestra actual coyuntura, eliminando el publicitario optimismo de todos los portavoces del régimen. Necesitamos y requerimos de estrategia y soluciones, no de vacuos mensajes publicitarios.

La secuela más importante de la pandemia, después de nuestros muertos,  es de carácter económico, generando un imparable déficit económico estatal, que no va a poder ser cubierto por las próximas generaciones. Dentro de unos meses tendremos episodios de desobediencia civil que día a día irán aumentando en frecuencia y gravedad, ampliando la brecha entre los ciudadanos y las instituciones. Queramos o no, es cuestión de tiempo. Por eso asumamos las realidades, apostemos por la sociedad civil, y seamos nosotros quienes retomemos el timón de nuestro futuro.

Luis Nantón Diaz

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