Los objetivos del “rosco 2030” son escalofriantes, y pueden sintetizarse en su lema de: no tendrás nada y serás feliz. Para ello fomentan un empobrecimiento y proletarización de los pueblos, que se acabarán convirtiendo en un rebaño indiferenciado de parias, de proletarios sin prole siquiera. El izquierdismo, la mejor herramienta de las grandes fortunas, tiene una gran obsesión: la igualdad, y me refiero a la igualdad efectiva de los individuos en lo económico. Para ello, nos regalan su radical solución en forma de “redondelito multicolor”: todos pobres, igualados por el rasero de la precariedad. Todos, menos los que gestionan el invento, naturalmente.

La actual sociedad china es el espejo en que se reflejan los grandes visionarios globalistas. Una comunidad controlada hasta los más mínimos detalles por un partido único. La actual China es una gran paradoja: fue el neoliberalismo y no el poder de la doctrina marxista, el que convirtió a China en la actual potencia mundial. La gran habilidad del régimen chino consistió en no dejar de ser una dictadura comunista clásica, con su aparato de censura y propaganda, es decir, todos aquellos recursos propios de cualquier sistema dictatorial, combinado con los rasgos más atractivos para las masas: ocio asequible, acotación a clase media con ínfulas, consumo como único fin, entretenimiento, y todo tipo de migajas.

Al final, tenemos un sistema de partido único, una férrea dictadura comunista, que utiliza el libre mercado más radical, en un expansionismo económico-militar que supera todas las expectativas. Pero enriquecerse ya no es el gran proyecto de China; el proyecto es el poder. Aquí van a empezar los problemas para los titiriteros…

Hemos llegado al final de una era para la economía china. La república popular está dando pasos para que su economía dependa menos de Occidente, y podría tener motivaciones tanto económicas como militares para hacerlo. Durante las 2 últimas décadas, el gobierno Chino ha invertido miles de millones para impulsar su producción de chips semiconductores, automóviles eléctricos  y paneles solares. Hace dos años, el Sudeste Asiático superó a Estados Unidos y Europa como mayor mercado de exportación. El Gobierno chino también ha reducido sus carteras de bonos del Tesoro USA, adoptando medidas para reducir su dependencia de las importaciones de alimentos y energía.

El crecimiento económico chino ha disminuido el ritmo debido a la crisis de la deuda inmobiliaria, el envejecimiento de la población, el elevado desempleo juvenil, y la menor demanda de sus exportaciones. Al igual que Japón en la década de 1990, China se enfrenta ahora a un colapso del mercado inmobiliario. El sector llegó a representar el 25% del PIB del país. Desde hace años está claro que el mercado inmobiliario chino sufre tensiones. China mantiene 1.400 millones de habitantes, pero ha levantado viviendas para una población de cerca de 3.000 millones, según datos de diferentes consultoras internacionales.

Para intentar frenar los efectos de tan explosiva burbuja inmobiliaria, Pekín intentó en múltiples ocasiones limitar el crédito. Pero como el sector inmobiliario desempeñaba un papel tan vital como mecanismo de financiación del Gobierno, China tuvo que seguir construyendo para demorar el colapso. Las autoridades no alteraron la financiación de los organismos locales ni permitieron una caída del consumo de particulares, por lo que especulativamente mantuvieron los niveles de precios.

Durante las tres últimas décadas, China ha estado en la fase ascendente de un superciclo expansivo casi ininterrumpido de la capacidad del país para fabricar, consumir y proyectar su poder en la economía mundial. El Partido Comunista Chino persiguió sin descanso el desarrollo económico por encima de todo lo demás, incluso cuando esa determinación le llevó a cometer errores políticos debilitantes como la ya citada burbuja inmobiliaria. No hubo tiempo de hacer correcciones mientras China sólo pensaba en el dinero, pero ahora tienen el objetivo de la guerra. Por ahora solo están tanteando, en un peligroso juego de tiras y aflojas con Taiwán.

Por eso están fortaleciendo su ejército a un ritmo prodigioso y se espera que en pocos años disponga de las fuerzas necesarias para rematar la jugada de Taiwán, territorio que demanda como suyo desde hace mucho tiempo. Si el partido comunista chino invadiera o bloqueara la isla, probablemente tendría que hacer frente a las sanciones y restricciones comerciales de Estados Unidos y otros países, apostando aún más por una colosal autarquía, sustentada en un control totalitario de personas y recursos.

No se trata sólo de la guerra: China tiene otras razones para invertir en su economía. Si China invade, el impacto económico mundial sería enorme y, a pesar de sus esfuerzos por asegurar su economía, probablemente no saldría indemne, pero China está demostrando que está dispuesta a asumir un coste considerable por planteamientos ideológicos que estima prioritarios.

Ya es tangible el cambio estratégico. Hasta ahora, las grandes beneficiarias de los gigantescos dispendios de Pekín eran las infraestructuras y el sector inmobiliario; ahora es el Ejército Popular. Las estimaciones del Gobierno estadounidense sitúan el presupuesto anual de defensa de China en unos 700.000 millones de dólares, justo por debajo de lo que Estados Unidos gasta anualmente en defensa, 800.000 millones de dólares. Esto es un cambio de ciclo, en medio de las crecientes convulsiones del cambio de sistema propiciado por el entorno BRIC.

Para Europa el reto de China supone enormes cambios, que posiblemente su clase política no estará preparada ni para detectar, menos para resolver. El tejido empresarial europeo debe plantearse cómo puede cambiar las estrategias productivas, desde los agricultores hasta las empresas farmacéuticas, frente a una previsible contracción de la demanda y unas cadenas de suministro inestables. Para los responsables políticos, significa una China más difícil de apaciguar cuando surgen conflictos. Para el resto de nosotros, el reto de China supone un mundo mucho más movedizo.

China fusionó lo peor del comunismo con lo peor del capitalismo. Al menos al comunismo histórico que nos regala múltiples ejemplos: alienación, dominación de la sociedad, explotación desmedida de los recursos y una deliberada voluntad de eliminar al individuo. Lo que vemos en China es un poder fuerte y masas agradecidas por su sometimiento.

Luis Nantón Díaz