Estoy convencido de que no. Tras décadas de alocada experimentación social, y sus funestos resultados, estoy absolutamente convencido de que no. El problema radica no sólo en los sucesivos gobiernos centrales y autonómicos, que han arrasado el sistema educativo, sino a nuestra personal y singular desidia. La mayor parte de las familias han delegado la educación de sus hijos en los centros educativos, limitándose los que tienen medios, en abarrotar la agenda de actividades extra-escolares. Una cosa es ocupar, y otra bien diferente, educar. Si además, en la línea de “entretener” y emulando a los adultos les anestesiamos con tres o cuatro horas de televisión, el deplorable resultado está asegurado. Una televisión que es una eficaz máquina de laminar conciencias, y de convertir a pacíficos y vulnerables ciudadanos en buenos y obedientes consumidores.

En la antigua Grecia,  los filósofos mantenían la idea genérica de que existían tres formas puras de ejercer el poder. Esta gente, que veía poco la televisión, se refería a la monarquía, a la aristocracia y a la democracia. En lógica contraposición a este postulado, afirmaban que también existían tres formas decadentes y degeneradas, que son la tiranía, la oligarquía y la demagogia. En base a este planteamiento, la democracia tiene el carisma de que el poder responde a la mayoritaria voluntad de los gobernados, al contrario que la demagogia,  donde los dirigentes hacen uso de las más abyectas maniobras para engañar a los administrados. Las herramientas que suelen utilizar son los prejuicios, las emociones, los miedos, las esperanzas, todo lo que conlleva una apreciable carga de emotividad para engatusar a la ciudadanía, empleando sin límites, la más efectiva propaganda y marketing desinformativo.

Si probáramos a desconectarnos durante unos días, al menos durante unas horas, de la caja tonta y su ingente volumen de datos sesgados, buenismo enlatado, mensajes vacíos como políticamente correctos, seguro que brotaría el necesario espíritu crítico. La capacidad de comparar, evaluar con sosiego coyunturas, circunstancias, mensajes, propuestas, es lo que nos aporta la facultad de escoger, y eligiendo, acariciamos la libertad. Al menos a la tan ansiada libertad de pensamiento, primer paso para acometer acciones independientes, para tomar posiciones y apostar por el futuro. Porque tenemos futuro, salvo que nuestra enfermiza pasividad nos lo arrebate. La responsabilidad es nuestra.

La enseñanza pública es demasiado importante para dejarla en manos del buenismo de progres trasnochados. Entre su casposo arsenal de tópicos insisten en la necesidad de no traumatizar a los alumnos mediante una enseñanza autoritaria y memorística, en beneficio de la “comprensión de los conceptos”. La enseñanza debe ser exigente con los jóvenes, porque más exigente es la vida. Es prioritario que los protagonistas de nuestro futuro vivifiquen el valor del esfuerzo y el sacrificio en sus primeros años, que no a lo largo de toda una vida plagada de fracasos personales.

Esta reforma de la enésima reforma de la reforma va en la misma dirección que todo éste imparable trasiego legislativo que ha pulverizado la enseñanza: los valores que se imparten son siempre finalistas (tolerancia, globalismo, pacifismo, humanismo de escaparate, buenismo en sentido amplio), pero no se fomentan los verdaderos valores como el esfuerzo, el espíritu de sacrificio, el arrojo, el desprendimiento, la búsqueda de la excelencia, el placer por el trabajo bien hecho y como herramienta de realización personal, etc., que son los que ayudan verdaderamente en el día a día a “crecer en el desarrollo personal” y estar preparados para afrontar los múltiples problemas y/o retos personales y sociales que se darán a lo largo de la vida. Y así se produce la paradoja de que los alumnos son extremadamente “tolerantes”… pero ni pueden atisbar lo que supone el esfuerzo personal en el día a día. Por otro lado, esa “tolerancia”, como los otros valores que se ven desde la “barrera” saben a plástico, a  aséptico escaparate, ya que no conlleva un compromiso real, ni apareja ningún tipo de sacrificio. Es sencillamente bonito, queda muy bien…

Por eso necesitamos proyectar el futuro, a largo plazo, pensando en las próximas generaciones. Y son nuestros jóvenes, nuestros niños, los protagonistas de ese futuro que ahora tiene más sombras e incertidumbre que nunca. Para eso debemos recuperar un sistema educativo que conlleve una verdadera formación integral, una educación que compatibilice la impartición de un exigente plan de materias didácticas, junto a la transmisión de valores. Carismas como el respeto, la autodisciplina, primar el bien común o fomentar un férreo instinto de constante superación, es lo que forja los caracteres que necesita una sociedad. Pero para los partidos que nos han adocenado en estas últimas décadas, lo esencial no es eso, sino hacer valer sus estrechas miras políticas, que se han depauperado más si cabe, con las permanentes concesiones a partidos nacionalistas, siempre obsesionados con deformar nuestro enorme bagaje histórico, para dar pie a sus retorcidas historietas locales.

Los padres debemos tener libertad para elegir el modelo educativo que pretendemos para nuestros hijos, resultando aberrante el imponer modelos restrictivos, eliminando la verdadera “libertad de enseñanza”. El nuevo ordenamiento educativo suaviza las exigencias académicas hasta tal punto que se alcanzan niveles de ineficacia absolutos en la enseñanza: la “escuela comprensiva”, es la escuela de los fracasados no competitivos, es la escuela creada por los progres y su LOGSE y que el PP, por sus complejos,  no estuvo en condiciones de reformar.

En esta inversión de los valores educativos, donde todo se devalúa, el esfuerzo y el mérito personal se ven desincentivados, para evitar “traumas”. La autoridad del profesor deja paso a la “participación” del alumno, que inmediatamente se transforma en colega. Conociendo las voluminosas cifras del gasto público invertidas en el sector, tenemos derecho a indagar por qué con mejores materiales, más medios y más profesores por alumno, la enseñanza es una fábrica de individuos carentes de carácter y con una discutible formación. Pero tan llamativo producto, lleva parejo una tendencia de padres y madres protestones, muchos ya logsianos, que no sólo responsabilizan al maestro o profesor de los fracasos de sus criaturas, sino que hasta a veces les agreden, como muestra sumaria de los valores que se imparten en ese hogar, en esa familia.

Es una locura continuar considerando la educación como algo accesorio. Lo primero la transmisión de valores en el seno de la familia, sobre todo con el ejemplo. Después apoyando a profesores y maestros, otorgándoles todo el apoyo posible, para unos profesionales de primer orden, donde depositamos la enorme tarea de formar a las mujeres y hombres del futuro. La educación no es un campo neutro, sino un área prioritaria en el que los progres han insistido siempre inoculando su agenda ideológica, fomentando el enfrentamiento y devaluando los pilares culturales. Necesitamos formar jóvenes con carácter, preparados para solucionar problemas, para alcanzar proyectos, para esculpir nuevas ilusiones y a lo mejor, configurar una sociedad verdaderamente más libre.

Luis Nantón

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