El transcurrir del tiempo no es lineal, sino circular y tiene otra característica, en los finales de ciclo, todo se acelera exponencialmente. Antes transcurrían décadas para determinar cambios sociales, y ahora percibimos hondas transformaciones en meses. Es como la vida, los días siempre duran 24 horas, pero en determinados momentos parece que discurre mucho más rápido.

Podemos utilizar algunos hitos «históricos» para realizar comparaciones. A bote pronto se me ocurren, el 15 M en el 2011 o los brutales confinamientos del 2020. Por cierto, resulta curioso que en el tan cacareado debate electoral del otro día en Antena 3, entre las dos caras de una misma moneda, su Sanchidad sentara cátedra sobre lo que es, o no es, constitucional. Que el líder de un gobierno que arrastra 4 sentencias de inconstitucionalidad (dos por el confinamiento, una por clausurar el Parlamento y otra por meter a Iglesias en el CNI) acuse al partido que promovió esos procedimientos legales, denota un tremendo rostro de hormigón.

Las referencias del fin de ciclo son innumerables y aumentan exponencialmente. Decían en marzo 2020, que de aquellos lodos saldríamos más fuertes…sí, seguro que sí. Arrastramos una debacle intelectual, donde todo el mundo se siente con derecho a reivindicar chorradas. Estamos rodeados de minorías, de ofendiditos obsesionados con lo intrascendente. Porque esta es la conclusión de las pataletas incesantes de todos esos colectivos que miran por lo suyo, sin importarles el bien común. Si tomas conciencia, tienes la oportunidad de cambiar muchas cosas pero cuándo no lo haces es exactamente igual que mirar hacia otro lado. Estos discursos esconden un individualismo feroz y es que estas reivindicaciones son puro egoísmo disfrazado de solidaridad.

La cultura, la información, la curiosidad intelectual, el espíritu crítico son vectores que nos ayudan a ser libres. Por eso es importante nuestra identidad, sobre ella se cultiva la fuerza y la belleza de nuestra civilización. El mundo hacia el que nos dirigimos no va a ser más feliz ni más justo ni más amistoso para las personas. Desde la aparición del mundo digital se están sustituyendo alocadamente los sentimientos por algoritmos, las cálidas relaciones humanas por frías imágenes en las pantallas de nuestros móviles.

Y de este mundo, surgen estas líneas. «La distensión de las masas» es un texto de reciente aparición, realmente revelador. No es un libro fácil y así lo deja claro el propio autor. «Las palabras no son neutras: pueden herir el alma o pueden curarla». Nos comenta cómo la tibieza de una cultura decadente se va transformando, se va fortaleciendo gracias a la corriente liberticida de lo «políticamente correcto». Ahora no viene el KGB a buscarte a tu casa o te mandan a Siberia, simplemente eres cancelado, eliminado y dejas de «existir» para los demás. El profesor López Holgueras, autor de este libro, focaliza nítidamente la mediocridad que actualmente impera en muchos ámbitos de nuestra ciudadanía y cómo van sustituyendo libertad, por una vana sensación de seguridad.

Este libro no puede dejar a nadie indiferente. Fijémonos, incluso en el detalle completo del título: «La distensión de las masas. El antiprogre. Ensayo contra la indecencia de lo políticamente correcto». Lo deja clarísimo desde el primer momento, el encorsetamiento del catecismo progre es sencillamente una indecencia. Dependiendo del perfil del lector, será la respuesta a muchas de las situaciones que están viviendo a su alrededor; para otros, será una arrojada respuesta frente a la imposición del pensamiento único tan propio del globalismo y su Agenda 2030. 

La censura, la inquisición, la caza de brujas y el ostracismo son sólo algunas de las formas de cancelación que demuestran que esta ha existido siempre. Sin embargo, la cultura de la cancelación —entendida esta como la anulación o la exclusión de alguien (que puede ser una persona, una entidad e incluso un producto) que ha dicho o hecho algo que se considera inaceptable— es hoy un signo de identidad del progresismo. Internet y las redes sociales han contribuido a su canonización y convierten sus imposiciones y dogmas en verdades absolutas e indiscutibles.

Con el «antiprogre» lo que se estimula es el debate y la sana reflexión. El profesor López Holgueras nos hace dudar, pensar, replantearnos diversas cuestiones; con esta lectura, muchas cosas se mueven en nuestro interior y de esa crispación deben brotar enérgicos cambios. Sólo quien duda es inteligente y sólo el que vence sus miedos es valiente. Se requiere transformación para mejorar y esas catarsis son las que provocan las reflexiones de esta crítica a una masa tan informe como blanda y anestesiada.

Nuestro autor, Carlos López Holgueras, es historiador y profesor de la secundaria desde hace casi tres décadas. La dedicación a su alumnado y la creación de materiales didácticos y pedagógicos de ámbito historicista le ha llevado a reflexionar en profundidad sobre los usos y los abusos de la historia. Esto, a la postre ha generado una filosofía de la educación y del uso de la historia para promover la independencia intelectual, el debate, y un sano espíritu crítico. Muchas de sus reflexiones, son el resultado de su contrastada experiencia en las aulas. Año tras año, percibe que el alumnado se va degradando, contando con menos valores, capacidad de superación, instinto de lucha y voluntad para combatir la frustración… Considera que la herencia cultural es un bien a transmitir y que su extravío decanta muchos de los males contemporáneos. 

Hoy la agenda se amplía. Si se propuso disfrutar sin límites, lo que se nos propone es disfrutar sin nada: no tendremos nada y todos seremos felices. Así lo expone el catecismo de Davos. De ahí la necesidad del antiprogresismo como estímulo para que derechos y deberes se compensen, y volvamos a generar oportunidades de verdad. Si usted tiene derecho a algo, es porque alguien tiene el deber de dárselo. Nada más mísero y letal que una sociedad subvencionada sin posibilidad de prosperar por tus propios medios. Una sociedad mínimamente libre, independiente y madura, crea, por la cuenta que le trae, los mecanismos que compensen o moderen la desmesura de la opulencia. Que todos tengamos derecho a todo significa que al final no tengamos derecho a nada. Derecho a aprobar sin estudiar, a cobrar sin trabajar, a viajar sin pagar; el odio a la excelencia, al estudio, al éxito… porque todos, en teoría, somos iguales. 

Sólo una sociedad donde se pueda ascender, escalar y prosperar creará metas y ejemplos para quienes quieran llegar a esas cumbres. Aprovechemos que estamos en proceso electoral. Nos la jugamos. Necesitamos líderes con autoridad que guíen desde la responsabilidad, que sepan decir que no, que sepan argumentar y aguantar los tiempos difíciles. Lamentablemente estamos en manos de personas aterradas por el rebuzno y por la encuesta. No olvidemos la afirmación de George Orwell: «Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer. Dentro de ti no podrán entrar nunca». Me temo que la peor forma de esclavitud sea convertirse en esclavos del esclavo.

Luis Nantón Díaz