Todo es un proceso, casi todo conlleva una sacrificada evolución. Conocemos de regímenes que sustentaban su poder en un férreo y sistemático dominio de las estructuras, progresivamente se fue tendiendo al control de las ideas y de los pensamientos, generando corrientes de opinión y modas con tendenciosa productividad, y ahora, en los tiempos del neuro-marketing estamos absolutamente inmersos en el control de los sentimientos. Por eso ya no se estilan los programas e idearios, sino las imágenes y los gestos. Por eso el “buenismo” vende tanto como los anuncios de helado en verano o los glamurosos cosméticos en navidad. Se trata de vender, sencillamente eso.

Los que emplean el sugestivo subterfugio del “buenismo” poco o nada tienen que ver con la bondad. No se me ocurre una figura más distante de lo bueno, recto y elevado. Sus demagógicos y aparentes buenos sentimientos suelen ser tan irrealizables como infantiles. El primer éxito de sus técnicas de marketing es que se venden como defensores de una fraternidad universal, donde no existen exclusiones, y todos los planetas están ministerialmente alineados.

El catecismo buenista no cosecharía éxito alguno, si no fuese porque el poder económico, las grandes multinacionales y sus emporios transnacionales, no estuvieran generando constantemente corrientes de opinión asegurando sus intereses. El más preclaro ejemplo de estas apuestas de la nomenclatura mundialista es Barack Obama, quien 10 minutos después de llegar a la presidencia USA, aupado por todas las grandes cadenas y medios de comunicación, ya era galardonado con el Nobel de la Paz. Obama, con su sonrisa de buen muchacho entregó la economía de EE.UU a los grandes tiburones financieros, abandonando a su clase trabajadora, fomentando las deslocalizaciones empresariales y arrasando el tejido empresarial verdaderamente nacional. Mientras esquilmaba la economía, y dividía artificialmente a su población, fomentaba frenéticamente todas las neurosis, censuras y tabúes de la corrección política más buenista.

Todo lo anterior, sin olvidar que con la inestimable ayuda de su sicaria Hillary Clinton, otra histórica ilustre del poder, sembró el caos más terrorífico, regando de primaveras árabes el mediterráneo e irradiando la inestabilidad a medio mundo. Para bombardear a gusto, para aumentar las cotizaciones de las empresas armamentísticas, también es necesario ser “amigable”. Solo en su último ejercicio de mandato lanzó cerca de 30.000 bombas entre Afganistán, Irak, Siria y Yemen. Pero ya sabemos que el realmente agresivo y malo es Trump, que hasta se toma cañas con Kim Jong-un de Corea del Norte.

La corrección política domina abrumadoramente la política y dinámica social de las naciones occidentales. Este nuevo y asfixiante credo ha sido impuesto gradualmente por la progresía, que campa por sus respetos, y contempla con soberbia altivez desde su manida “superioridad moral”. Todo esto es así, no porque exista un corpus intelectual o ideológico irrebatible, sino, sobre todo, porque la derecha, los partidos conservadores, han renunciado cobardemente al debate ideológico. Expongo claramente que la derecha anda perdida, aspira lo más a ganar de vez en cuando las elecciones, pero permitiendo que sean los progres los que impongan los fundamentos morales e ideológicos de la sociedad. Mientras las filas conservadoras no desafíen al pensamiento único nunca conseguirán hacer nada que valga mínimamente la pena, y lo que es peor, si no lo hace, lo poco que queda de la sociedad que hasta ahora habíamos conocido desaparecerá. Hasta que estos líderes, o mejor, otros líderes no adquieran conciencia de que no se puede continuar renunciando a la lucha cultural, al debate social, las batallas seguirán ganándolas los artífices de la globalización.

El grado de enfrentamiento social que sufrimos no es inherente a este año COVID. Se está mascullando desde hace una década. El multiculturalismo étnico, de género y sexual y todo tipo de discriminación legal (incluida la positiva), ocasionan la lenta degradación de la comunidad. Diariamente nos enfrentamos a colectivos privilegiados que no pueden escuchar nada que les ofenda, indicando el sendero que va a seguir esta tendencia totalitaria en el futuro próximo. Fomentan la ley mordaza, ya sea mediante cepos legales, o con el ostracismo social y la muerte mediática. La nueva moral deberá hacer revertir este proceso desintegrador. Por mucho que insistan, no somos ciudadanos del mundo. Nacemos y vivimos en naciones, a ellas recurrimos y de ellas esperamos la respuesta adecuada cuando se precisa una actuación colectiva. Hasta ahora, nadie le ha ido a exigir a ningún organismo internacional que le garantice una sanidad adecuada, su pensión de jubilación, la escolarización de sus hijos, o la seguridad sobre sus bienes y el libre ejercicio de sus derechos. La corrección política siempre desoye a las comunidades nacionales.

Posiblemente no exista otra nación, como España, donde se haya renunciado desde la política, al indispensable debate intelectual y cultural. Los representantes de la derecha se pintan a sí mismos como centro derecha, como democratacristianos y un sinfín de denominaciones “de origen”, pero siempre renunciado a defender el capital social de la sociedad, por eso cuando gobierna mantiene la agenda moral de la izquierda y ha renunciado a la batalla “cultural”. El presidente Rajoy, que posiblemente evitó que entráramos en un rescate, realmente se convirtió en un inesperado testaferro de Zapatero, y eso sí que tiene pecado. Teniendo la mayoría absoluta no cambio ni una coma de todas las lindezas con que nos regaló ZP.  Y aquí es donde podemos empezar a comprender la naturaleza del buenismo: no ha nacido para extinguir los conflictos, sino para reavivarlos. El buenismo necesita de la tensión y de los agravios, reales o ficticios, para prosperar.

¡Tenemos que darnos cuenta! Es imposible cualquier cambio si no trabajamos todos para un verdadero e integral cambio de la sociedad. Nuestros políticos nos parecen detestables, ganándoselo a pulso, pero son parte de nuestra sociedad, salen de nuestras filas. Posiblemente todos actuaríamos con la misma carencia de valores. No se puede desarrollar un proyecto común sin un mínimo de lealtad y responsabilidad por parte de quienes han de llevarlo a cabo. No tendremos ninguna posibilidad de cambio si los ciudadanos no somos leales los unos con los otros, y empezamos a pensar en obligaciones y responsabilidades, antes que en derechos.

Actuar en sentido inverso conduce irremediablemente al fracaso. Solo si uno convierte su nación en una comunidad próspera habrá tiempo y oportunidad para ayudar a otros. Se trata de gestionar, y gestionar es optimizar los recursos, los activos existentes, no un irresistible impulso de hipotecar a las próximas generaciones en alocadas cruzadas de ingeniería social. Solo de una nueva sociedad, es de donde pueden surgir nuevos líderes y responsables políticos.

Luis Nantón Díaz

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