Hay personas que se entristecen en Navidad. Imagino que porque son fechas propicias para poner los contadores a cero y percatarnos de los avances y las pérdidas. Los que ya no están pesan mucho, pero hay que ver el vaso medio lleno, nos han legado generosamente y debemos agradecerlo.

Mañana finalizamos otro año, pero también inauguramos un nuevo periodo. Hoy nos abrazan nuestros antepasados, nos ven los niños que fuimos y nos atrevemos a mirar de reojo a los abuelos que seremos. Si hemos tenido la fortuna de tener conciencia, sentiremos satisfacción por el empeño de intentar vivir de manera correcta. Son fechas para vivificar lo que hemos hecho y darle un buen repaso, eliminando esta nefasta adicción de ver la existencia desde la cómoda barrera.

El tiempo es un regalo, pero un regalo limitado. Cuando no hay nada que celebrar lo celebramos todo. La vida va en serio, es una experiencia tan injusta como única, pero es una experiencia excepcional. Erradiquemos los espejismos y juguemos bien las cartas que nos han dado, pero sobre todo, no permitamos que otros nos arrebaten la partida.

La cosa no pinta bien. Posiblemente se puedan provocar cambios decisivos, en otra dirección, cuando un número suficiente de españoles decidamos que hemos tocado techo. Pese al mar de buenas intenciones, ninguna manifestación hará caer a su Sanchidad. Los tecnócratas de la Unión Europea no harán caer a Sánchez. La presión moral y  cívica de los intelectuales españoles que no se han apesebrado no harán caer a Sánchez. El poder Judicial no hará caer a Sánchez y Felipe VI seguirá regalándonos emotivos discursos. Queda claro que conservadores acomplejados como Feijóo, no son adversarios para su Sanchidad. Sobre todo por una razón, son el mismo perro con distinto collar. Vender las cosas de otra forma es tan falso como Papá Noel o el socialismo.

Por si alguien no se ha percatado, la agenda 2030 es un absoluto desvarío de unos cuantos oligarcas, tan rebosantes de “pasta” como carentes de escrúpulos, que pretenden arrebatarnos todo, mientras nos prometen que vamos a ser muy felices. Para estos millonarios globalistas, las personas o los individuos somos prescindibles, al menos como entes pensantes. La corrección política triunfa porque tristemente la mayoría de las personas prefieren ser cómodos integrantes de la “mayoría” a ser marcados como disidentes, es decir, lo prefieren a defender consecuentemente sus ideas, o su verdad.

Nunca habíamos tenido problemas por celebrar la Navidad, ni por comer carne, ni por conducir un coche, ni por piropear, ni por el día del padre o por dar un abrazo. Ahora todo esto se convierte en sospechoso de algo y siempre tenemos a un colectivo de ofendiditos en su última cruzada. Los pijoprogres de una izquierda desnortada lo han complicado todo hasta el paroxismo y devoran el futuro.

El hedonismo, el ciego culto al yo, es utilizado por los que tienen la batuta, en una orquestación más similar a un mercadillo de pueblo que a las grandes estrategias que demanda una sociedad realmente libre. De hecho, cuando nos impregnamos de tal dosis de egoísmo, resulta extremadamente difícil retornar a la normalidad. Si es que eso que denominamos normalidad existió algún día.

Una de las cosas más fascinantes y terroríficas de ese experimento de ingeniería social llamado «pandemia», y que sin duda ha sido un éxito, ha sido convertir el miedo y el egoísmo en bondad y solidaridad. Ya van pasando años, pero continúan alimentando el miedo y la más anquilosante dependencia. Ya tienen la receta y pretenden volver a utilizarla. Nos tienen cogida la medida.

Han conseguido que nos apoltronemos en nuestros sofás, ya que son conscientes de que si haces que la gente se sienta lo suficientemente cómoda, no se rebelará. Pueden mantener sumisos a millones mientras les arrebatan sus derechos, prometiéndoles seguridad y sobre todo entretenimiento. Es verdaderamente penoso que nos importe más esa sensación de seguridad que la búsqueda y defensa de la libertad. Hay un axioma que siempre se repite en estas crisis, y es que resulta mucho más fácil engañar a un colectivo, que convencerles de que han sido engañados.

Son muchos los enemigos a batir. No me refiero a la agenda 2030, a la locura climática, al fariseísmo de la memoria histérica, a los separatistas que juegan a dividir, los que nos arrebatan derechos, tradiciones, costumbres, bienestar y libertades. Los peores enemigos son nuestro egoísmo, nuestra cobardía, nuestra pérdida de espíritu crítico e identidad. Nos lo quitan todo y damos las gracias. 

Vivimos tiempos extraños en los que quizá se dé más importancia al placer inmediato que a la trascendente satisfacción de saberse digno, al inmenso placer de ser. Al menos hay que intentarlo. Todo pasa por no hacer el ridículo un minuto más delante del legado de nuestros padres y del futuro de nuestros hijos. Y, por supuesto, por desintonizar una anestesiante televisión que cada día abotarga más. Dicen que no se es tan pleno como cuando estás solo, abstraído por completo en tu tiempo y circunstancia y sobre todo, desprovisto de divagaciones sin sentido. Vacíos diálogos prescindibles que rompen la magia de saberse vivo o que te entretienen con la obligación social de parecer idiota como alternativa a no resultar insoportable. 

No se puede pensar sólo un rato. Somos seres pensantes y reflexivos todo el tiempo, desde que se viste uno hasta que se duerme. Uno piensa cuando pasea, cuando observa, cuando trabaja, cuando se está durmiendo. Lo mismo sucede con los valores; no se pueden tener sólo un rato, no se abandonan de vez en cuando, no se recurre a ellos como a un comodín en una partida que se complica, porque la única partida es la vida y sólo hay un juego y unas cartas.  Pero no lo olvides, las debes jugar tú y “pasar” tiene un precio.

La edad y el devenir del tiempo nos aportan serenidad que a la larga genera una sensación de aceptación y de comprensión. Yo no seré jamás aquello a lo que creía haber venido, se van enterrando sueños y renunciando a proyectos. Pero eso hace que te centres en lo que realmente asumes como crucial e importante.

Lo que no comprendo es no vivir la vida. ¡Qué no! Que no hablo de consumir, de disfrutar del ocio, de un montón de cosas que algún día te vas a dar cuenta que aportan lo que aportan. Y en realidad no suman mucho. Pero lo bueno de un nuevo año, es lo de los contadores a cero, lo de darnos fuerza para acometer con mayor impulso los proyectos de verdad. Los proyectos que justifican nuestra vida. Ese es el verdadero reto, el único aprendizaje sin transmisión, el único lenguaje sin maestro. 

Luis Nantón Díaz