Como casi todos sabemos, cruzar el Rubicón no asegura ni el éxito, ni la felicidad. En algún momento de nuestro camino, tenemos que decidir, al igual que Julio Cesar, si merece la pena superar el río. Es necesario apostar, tirar los dados con energía y decisión, y recordar que el mundo es de los intrépidos. Si ya no hablamos de valientes, al menos referirnos a los que consecuentemente nos sentimos vivos, a los que entendemos que debemos comparar, analizar, elegir y luchar por lo que se aprecia justo y conveniente.

Pero es posible que el principal dilema al que necesitamos enfrentarnos es de si realmente nos sentimos vivos, o en este periodo de completa incertidumbre, nos conformamos con soportar la vida. Pudiera ser esto último, y esto supone una ruptura del individuo para con todo lo que ha sido importante hasta el momento.

En cierta medida el hombre moderno ha roto con su esencia vulnerando su verdadera naturaleza. Nos limitamos a atender nuestras necesidades más contingentes y cotidianas, prescindiendo de cualquier sensibilidad hacia lo elevado y trascendente, y transformando nuestra existencia en un patético e inconsciente gráfico de consumos de bienes y servicios. Lo verdaderamente divertido es que han logrado imbuirnos de la absurda idea de que somos nosotros quienes tomamos las decisiones.

El hombre no solo ha roto consigo mismo, y con una sociedad con un claro sentido del bien común, sino que ha elevado muros frente a todo lo que nos rodea. Antes estábamos integrados con la naturaleza, nos sentíamos cómodamente inmersos en los vaivenes cíclicos de la vida, respirábamos con las estaciones, disfrutábamos con una noche estrellada o la llegada del sol, éramos parte de un todo. Lo hemos sustituido por una monolítica y unidireccional visión economicista de la vida, pero realmente no somos conscientes de las reglas del mercado, y mucho menos de que simplemente nos hemos convertido en una herramienta más como productores, o meros consumidores.

La pérdida de identidad y de integración posiblemente sean inevitables. El crecimiento exponencial de la población mundial convierte a nuestro planeta en una frenética termitera, donde estúpidamente concebimos la creación, como una inagotable fuente de recursos a esquilmar. Resulta llamativo que los poderes que han convertido la naturaleza en un activo a explotar, son los que se han sacado de su chistera su agenda 2030, su catecismo progre del cambio climático, con la burda finalidad de continuar apropiándose de unos recursos que fingen proteger. Una existencia integrada del hombre en relación al ecosistema implica la utilización racional de los recursos que ésta ofrece; una ruptura, en cambio, implica sobreexplotación, conflicto y destrucción.

El hombre rompe consigo mismo, el individuo se distancia de la creación, pero también se segrega de sus iguales. La insolidaridad, la falta de empatía no es el problema, son sencillamente nuestras más firmes cadenas. Las sociedades modernas son profundamente insolidarias y el fenómeno no es nuevo. El repliegue individual y la atomización que registran las ciudades modernas, hacen de la sociedad algo profundamente fragmentado y en crisis irreversible.

La aceleración de los ritmos de la historia ha potenciado geométricamente la velocidad de esta vertiginosa bola de nieve que crece imparable. Cruzar el Rubicón en este año 2021 significa que hay que elegir entre dos concepciones de la política que se enfrentan sin ambages, sin fisuras. Por un lado, las democracias de clases medias nacionales, o una oligarquía de multimillonarios que desea imponernos como debemos sobrevivir. Por estrategia o por azar esta pandemia ha sido providencial para los pálidos enemigos de la vida, que aceleran su agenda, entusiasmados en imponernos su uniforme y castradora globalización. Sin embargo, allí donde existe un problema impera la necesidad de una solución. A nosotros, y a nadie más, nos corresponde tomar conciencia, ser originales e históricamente disruptivos, desdeñando viejas fórmulas amortizadas, pero respetando lo bueno que anteriores generaciones nos aportaron. Implacables, generosos, audaces, espirituales, universales, e integradores, es decir, netamente genuinos.

Los que están gestionando todo este sinsentido no quieren que cruces el Rubicón. Los que aparentemente toman decisiones, pero continúan sin hacer absolutamente nada, desean que sigamos narcotizados frente al televisor, sin tomar conciencia, sin resolución. Los sicarios de la globalización pretenden que sigamos cómodamente encerrados en nuestros hipotecados pisos, abotargados por medios que inoculan el miedo más irracional, mientras seguimos renunciando a la vida. Pero para vivir, hay que tomar posiciones, asumir riesgos y decidir si cruzamos el río o no.

Cruzar el Rubicón es un paso enorme y decisivo. Todo cambia una vez cruzado el Rubicón. Más allá no hay prados más generosos, pero sí la posibilidad de un cambio contracorriente y fuera de programa. Padecemos una política irracionalmente igualitaria, enemiga del mérito, empeñada en los privilegios de las cuotas y de la discriminación positiva, pero no lo tienen todo controlado. Al contrario, en la otra orilla hay lo mismo, pero existe la posibilidad de generar reacción…al menos de intentarlo. El objetivo del mundialismo es disolver las naciones en un archipiélago de identidades, que desdibuje el sentido de la comunidad nacional e imponga una mentalidad profana, desarraigada y hasta enemiga del legado occidental. Los Estados serán simples espacios de derechos, desprovistos de toda connotación histórica y cultural y por eso hay que actuar. Pero nunca lo olvides, no podemos engañarnos, el Rubicón se cruza del todo, se cruza con todo y se cruza para siempre.

No podemos continuar sin hacer nada, no debemos continuar esperando que otros resuelvan nuestros problemas. Hay que refundarse, hay que renacer, pero esto conlleva un esfuerzo personal, una postura rebelde, crítica e independiente. El virus chino pasará, como han pasado todas las pestes a lo largo de la historia. Lo trágico son las consecuencias sociales, la transformación de los ciudadanos en temerosos enfermos, de las sociedades en una gélida e impersonal “red social”. No se me ocurre peor despotismo que estar condicionado por un “me gusta” formateado por un calculador sistema que carece de los sentimientos y los errores propios del hombre. Rebelémonos contra su gélido dominio, maquinal, insensible, que explota el miedo y la angustia de todos. Si te dejas de respetar te conviertes en nada y eso es lo que pretenden. Posiblemente sea pronto para encontrar lo que ansías, pero definitivamente siempre es tarde para encontrar lo que se ha perdido.

 

Luis Nantón

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