Marguerite Yourcenar, en “Memorias de Adriano”, expone una hábil reflexión sobre la esclavitud. Recordemos a ese cautivo de las minas de Laurión, en la antigua Grecia que estaba sometido por sus señores, pero libre en su pensamiento, al ser consciente de su libertad perdida. Por eso, nuestra controvertida y genial autora era del sentir que la modernidad no había abolido la esclavitud, sino simplemente, le habían alterado el nombre.
Es imposible sobrevivir a ningún conflicto, si no existe la clara conciencia del enfrentamiento, del análisis de sus causas y orígenes, y de quien y como es, el enemigo que desea eliminarte. Pero el enervante “buenismo”, esta aberración del más gratuito culto a la debilidad se está extendiendo por occidente de forma realmente alarmante. Se trata de una anestesiante epidemia, que se esparce,  para imponer la tiranía del más insulso progresismo.

El filosofo y sociólogo esloveno Slavoj Žižek, tiene una frase tan genial, como aterradora: “la corrección política es la forma más peligrosa de totalitarismo”, y eso manifestado por un freudomarxista, la hace más inquietante……….

El totalitarismo del buenismo se ha impuesto. El autentico debate, el intercambio de pareceres,  se ha convertido en el paradigma del mal a evitar, el que lo cometa, es decir, el que acuda a la libertad de expresión para manifestar lo incómodo, será fulminado en la hoguera por una multitud de fanáticos tolerantes. Ya lo dijo Zarathustra: Santa simplicidad.

En relación con mi última colaboración, han sido muchos los que me han cuestionado, porque no hice referencia al problema de la inmigración. Pues no lo hice por ser “políticamente correcto”. Lo admito. Poco más puedo añadir.

Decía Tocqueville que una de las principales utilidades de los medios está, no en los resultados que genera, sino “en los males que evita”. Pero ahora, y por comodidad, por evitar problemas, todos nos hacemos cómplices de ese totalitarismo opresor. Lo deprimente no es que la corrección política domine la política, sino que impere en los medios de comunicación. Por eso, el mismo Vizconde también era de la opinión: “Es más fácil para el mundo aceptar una simple mentira que una verdad compleja”……

La globalización, y su televisión biempensante, pero de mutilante bajo nivel, provoca la muerte de la sociedad libre y abierta. Es un acelerado suicidio de la civilización. A veces, el sadismo que se esconde detrás de la corrección política es mucho más agresivo que la crueldad de la confrontación. Pero mientras no seamos capaces de llamar las cosas por su nombre, de identificar los males, estaremos condenados. Por nuestra debilidad, los enemigos están ganando espacios y los auténticos extremistas se están haciendo con el poder.

Un periodista y escritor como Hermann Tertsch, que ha sufrido en sus carnes, física y profesionalmente las lindezas de los tolerantes, indicaba con rotundidad: “La corrección política es, al final, la muerte de toda verdad y toda libertad de pensamiento, pero antes que nada es la muerte del periodismo”.

La prensa, en gran medida, no tiene otra salida que acotarse voluntariamente por el “buenismo”. En los consejos de administración, no tanto en las redacciones, se propicia la cómoda corrección política. No importa si el ofendido es algún agresor. Es capaz de llegar hasta el punto en el que la insolente progresía defienda la falta de libertad, solo, claro, por no incomodar. También es verdad, que en muchas ocasiones no es una cuestión de una inexistente censura, sino de limitarse a repetir, cual eco, las corrientes de opinión lanzadas por los grandes generadores de impulsos mediáticos.

Hace cuarenta años que un texto genial “El campamento de los santos” vaticinaba el problema de la inmigración, tan lógica, como predecible. Pese al creciente listado de víctimas nos vemos obligados a soportar  a los iluminados de siempre, en constante multiplicación, hablando de “consejos de paz” y de la “alianza de las civilizaciones”. Todo esto combinado con la hipocresía generalizada, de los que se alarman cuando las tragedias se acercan a tu domicilio, pero sufren con desigual rasero las masacres lejanas. Una sociedad que calma su inexistente conciencia, a ínfimo clic de red social, de igual manera que hace años luchaban heroicamente por la defensa del amazonas, tomando copas en un cómodo concierto de música.

Es apremiante reconocer que ya no puede entrar más inmigración, con la vana excusa de que van a contribuir al “crecimiento económico”. En un continente asolado por el paro, lo que sobran son, precisamente, inmigrantes. Hace veinte años, cuando perdimos la capacidad crítica, nos timaron con la proclama de que los inmigrantes venían a pagar las pensiones. Hace dos décadas, gobierno y sindicatos nos aseguraron que la inmigración no tenía nada que ver con las rebajas salariales. Hoy son pocos los que continúan proclamando estos ardides, sin sonrojarse.

Sin embargo, los burócratas de Bruselas, siguiendo indicaciones de las grandes corporaciones multinacionales, no paran de insistir en que entre aún más inmigración. ¿Cuál es la razón? Nos lo explican los ministros de economía y los presidentes de las patronales: “para ganar competitividad”. Como ninguna nación europea controla su moneda y su fiscalidad, solamente puede “ganarse competitividad” rebajando los costes de producción… fundamentalmente los salarios.

Año tras año menoscaban la sociedad del bienestar, perdiendo  nuestros valores, nuestro sistema de vida y nuestra identidad. No es perfecto, es mejorable, pero es el nuestro, es el que hemos heredado de nuestros padres. Al parecer esto no le preocupa a mucha gente, ya veremos qué pasa ahora que progresivamente reconocen que nuestro sistema de pensiones no es sostenible, validando lo que estaba claro desde el embrollo de Toledo. Ahora solo toca pedir perdón, por pecar de políticamente correcto.

Luis Nantón Diaz
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