Jacobinos frente a girondinos, izquierdas frente a derechas, progres versus conservadores… son etiquetas que sólo nos confunden. Todos venden las mismas «motos» y el cuento ahora se denomina agenda 2030. La concurrencia se divide entre los que se protegen frente al globalismo 2030 y los que no pueden evaluar los serios peligros que representa. 

Una de las cuestiones que más despista es que por primera vez, los movimientos que todavía se identifican con la izquierda, están siendo apoyados por las élites financieras, por ese muy reducido % que aglutina y posee la mayor parte de los activos del planeta. Muy pocos, cada día más endiosados, utilizan al progresismo más descarnado y su infundada superioridad moral para imponernos sus dogmas, reglas y limitaciones de todo tipo. Tanto unos como otros, están obsesionados en regular cualquier espacio de la vida de la gente.

Todo esto se percibe en nuestro día a día cada vez más; también en  nuestro país. Con el congreso convertido en una cámara irrelevante y el poder judicial maniatado, ya sólo queda en pie un poder en el Estado: Pedro Sánchez, su Sanchidad. Nos acercamos a situaciones que rayan las prácticas dictatoriales, cercanas al dominio absoluto , aunque sean admitidas por millones de personas. Cuando no existen límites, cuando cualquier acuerdo es posible con tal de conservar un poder sin barreras, es que algo huele a podrido en Dinamarca. Algunos le han puesto un nombre a esta corriente: el sanchismo.

Los debates y tensiones que estamos «disfrutando» estas últimas semanas no son sólo cuestiones de trámite o procedimiento, no son meros debates políticos, si es que eso existe. Aquí nos jugamos la existencia de un verdadero estado de derecho y de la separación de poderes o al menos de lo poco que queda. Lo de menos es si el gran timonel envió a un segundón para emperrar la situación. Quien no tiene límites morales no tiene impedimento alguno en despreciar a quien sea sobre todo si confunde la educación con la debilidad. Y no sé si hablo de Sánchez o de Feijoo.

La verdad es que toca las narices, que bancadas enteras del parlamento estén defendiendo este esperpento. Esto de la amnistía es una «aberración jurídica»; que un prófugo de la Justicia como Puigdemont pueda decidir quién es presidente en España es para echarse a llorar. Ahora, más que nunca, es necesario hablar de indispensables contrapesos al ilimitado poder político y de apostar por una regeneración institucional. Hace falta aire fresco.

Cuando nos lo estamos jugando todo y encima estamos perdiendo, estos se empecinan en hablar de economía. Claro que es muy importante la economía, yo suelo aburrir a lectores y a amigos con diatribas de esta índole, pero no es la cuestión prioritaria en estos momentos. Lo lamentable es que ambos partidos están defendiendo los mismos mantras socialdemócratas, que es como ahora se denominan los manuales del globalismo. La supuesta diferencia entre PSOE y PP, es que estos últimos gestionan mejor, más seriamente; que tampoco es decir mucho teniendo en cuenta el irrisorio nivel medio.

Seamos claros, no hay modelo económico español. Ni siquiera los últimos gobiernos han experimentado la necesidad de elaborar uno. Se limitan a ir a favor de la corriente; soñando ilusoriamente que el sector privado marcará el paso y terminará por generar automáticamente un modelo surgido de la libre competencia. La empresa privada precisa del concurso del Estado para poder ampliar sus objetivos y al Estado le corresponde también coordinar iniciativas, apoyar financieramente los proyectos. Pero eso sólo puede hacerse con gestores profesionales, no con cuadros políticos de sumisos como los de ahora.

Actualmente sufrimos una etapa de liquidación de sectores enteros de oficios y profesiones. El Estado es el único que tiene medios, autoridad y capacidad para prever estos reajustes en el mercado laboral y operar en consecuencia. Pero eso conlleva desarrollo de nuevos modelos económicos, auténtica y revolucionaria innovación y objetivos a largo plazo. Vectores absolutamente impensables para los inútiles cortoplacistas de ahora.

Debemos percibir la realidad con salvaje transparencia. Nos quieren a todos dependientes y obedientes. En la actualidad, desde el foro de Davos, hasta el último gobierno títere de la OCDE tiende a apostar por este «salario universal», no vinculado con generación de bienestar y riqueza, sino a generar gente desocupada y tristemente dependiente. El clarividente Mila lo explicaba nítidamente esta misma semana: Ayudas no vinculadas a ningún tipo de prestación: ni a la realización de servicios sociales, ni a la limpieza de bosques, ni al cuidado de ancianos. La falta de actividad, el levantarse cada día sin una misión específica que realizar, sin un trabajo que seguir en las actuales circunstancias, no llevaría a la mayoría a seguir cursos de enriquecimiento cultural o capacitación profesional, sino que sería un estímulo para sumergirse en los mundos virtuales del metaverso que estará plenamente desarrollado entre 5 y 8 años. Encerrarse en una habitación alternando videojuegos con pornografía, alimentándose de comida-basura y engullendo sustancias relajantes legales e ilegales. Y de ahí al aumento de las psicopatías no hay más que un paso. Por otra parte, la diferencia entre «salario social» y «salario mínimo» será tan pequeña que no supondrá ningún estímulo para salir a buscar trabajo. Esto que dice este afamado politólogo lo estamos percibiendo diariamente con unas actitudes incomprensibles que se incrementan exponencialmente. No lo olvidemos «La mayoría de las personas son otras personas. Sus pensamientos son las opiniones de otra persona, sus vidas son un plagio y sus pasiones son un slogan». Tenemos que recuperar el pulso de nuestras vidas. Posiblemente uno de los pocos políticos de nivel que hay en el hemiciclo, indicaba esto hace unos días: «Una nación no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman no la defienden». Lógicamente preside las únicas siglas que denuncian las locuras de la agenda 2030.

Acabar con el sistema de partidos políticos, apostar por la verdadera intervención de la sociedad civil, luchar por una indispensable regeneración espiritual y dejar de mirar hacia otro lado.  Depende de nosotros y somos nosotros quienes necesitamos aire libre. 

Nuestro parlamento, el senado, Las cámaras  regionales, los cabildos…¡qué más da! Ellos, sus componentes, sus integrantes, no son el problema. El problema somos nosotros, que día a día degradamos esta sociedad. Tal y como estamos formando a nuestros hijos pisoteamos más el incierto futuro. Los bomberos, los policías, los carteros y los vendedores de seguros, todos somos parte activa de nuestra sociedad. Los políticos también, así que no podemos pedirle peras al olmo. Todos somos la sociedad, hasta su Sanchidad.

Luis Nantón Díaz