No abundan los autores contracorriente, son pocos los valientes que se atreven a esgrimir pluma o micrófono para expresarse libremente frente a un mundo cada día más encorsetado. Una de estas excepciones es el Doctor en Historia Gonzalo Rodríguez, bien conocido en los ambientes de la disidencia cultural, sobre todo por su canal en las redes sociales EL AULLIDO DEL LOBO. Lo recomiendo, no tiene desperdicio. Para no llevarnos a engaño, he de indicar que siempre comienza sus programas con esta tajante fórmula: “Un canal para gente que a pesar de todo está decidida a ser fuerte, libre e indómita, si tu no eres una de esas personas, este canal no es para ti”. Más claro el agua.

Gonzalo Rodríguez acaba de editar “Pandemia y confinamiento: el retorno de los dioses fuertes”, que añade brillantemente a anteriores creaciones como “El poder del Mito”, continuando su objetivo de desenmascarar las bajezas del mundo actual, cuyo único eje es el discutible bienestar material. Como bien apunta: “El argumento de la vida -subraya- no es ser feliz ni pasarlo bien, es conquistarse a sí mismo. Y todo lo demás se dará por añadidura”. Frente a la vaciedad, señala la vía de lo trascendente, la tradición, la leyenda y el mito. Estas pudieran ser la mejor alternativa frente a tanta oscuridad. Acometer el camino es nuestra apuesta personal. Como decía Tolkien, decidir cómo disponemos del tiempo que se nos ha otorgado, es nuestra decisión.

Los seres humanos que pululamos en la modernidad renunciamos a ser “liberados” de nada, evitamos desarrollar el pensamiento crítico. Tenemos dudas, claro que sí, pero aceptamos silenciosamente que nos engañen a cambio de unas migajas de estabilidad y seguridad, sazonadas con un poquito de consumismo anestesiante. No queremos que nadie nos complique la vida, que ya bastante tenemos con cumplir en lo laboral, los estudios o el campo que nos han arrojado.

Todavía existen alternativas, porque por ahora, pese a la automatización, los seres humanos seguimos siendo mujeres y hombres, continuamos siendo personas y en cierta medida ciudadanos. No todos estamos contentos y felices por marchar mansamente hacia el GRAN RESETEO, sobre todo porque eso conlleva el corte de cualquier conexión con lo trascendente y espiritual. Pese a que ahora no lo veamos, pese a que siquiera seamos capaces de atisbarlo, es la fuerza de la tradición, es lo trascendente, lo que le da sentido a una vida, y nos aporta la energía necesaria para aprender, superar obstáculos y crear. Es lo que defiende y propaga el profesor Gonzalo Rodríguez, el luchar en la guerra del despertar, para tomar clara conciencia de que con la agenda 2030, ni vamos a ser más felices, ni vamos a ser nada. Es un sinsentido paranoico. Por eso, EL AULLIDO DEL LOBO pretende estimular la lucha personal, no asumiendo la existencia a beneficio únicamente individual, nadie que sea mínimamente consciente de lo profunda y misteriosa que es la existencia humana puede querer abrazar el ‘gran reinicio’ de la postmodernidad. Vamos hacia la posthumanidad y le escupo a la idea de convertirme en un mísero robot, alimentado de las sobras del sistema y de chorradas vertidas en las redes sociales.

Hablamos de una atroz bancarrota espiritual, idea motriz que se desliza con rotundidad en toda la obra de Gonzalo Rodríguez. Hablamos del proceso de transición del mundo tradicional a la modernidad, con lo que conlleva de inconsciente aceptación del desasosiego, la estulticia y la mediocre vulgaridad propia de estos turbulentos tiempos. Tenemos una clara disyuntiva: Por un lado, un desarrollo científico, técnico y socioeconómico, de altísimo nivel, que nunca antes habíamos disfrutado. Esos logros materiales, en el ámbito de lo necesario, de lo contingente de la vida humana, han de ser puestos en su justo y adecuado valor. Pero conforme se ha producido ese progreso material, debemos percatarnos de que hemos incurrido en una quiebra moral y ética sin precedentes. Somos inconscientes de nuestra ceguera, porque nos obnubilan con incesantes impulsos de consumo, miedo y deseo, que nos bloquean, que nos impiden reflexionar. Estamos en el momento más oscuro, espiritualmente hablando, de la historia de la humanidad. Es por eso por lo que estamos en un escenario de progreso decadente, pero también de oportunidades. Al progreso material, técnico y científico le ha acompañado la decadencia espiritual, y es aquí donde el poderoso influjo del mito y la leyenda juegan un papel decisivo, siempre y cuando sepamos pulsar e intuir esa tensión existencial. El mito y la leyenda nunca se cercenan o limitan con la literalidad de las cosas, nos están hablando de los fundamentos de la vida, que son precisamente los que la modernidad ha querido extirpar de la ecuación. La modernidad ha descabalado el tablero de la vida humana, lo ha partido en dos y nos ha arrebatado su sentido.

Son muchos, cada día más, los que atisban que el sistema sufrirá un desplome que verán los millennials de hoy a lo largo de su vida. Y posiblemente se encuentren con una “convergencia de catástrofes” a la que aludió el brillante autor Guillaume Faye en la década de los 90. La catástrofe ecológica, podría solventarse en cierta medida, al igual que el problema de las grandes migraciones, pero será mucho más difícil hacerlo en el momento en el que estallen las crisis sanitarias, sociales, étnicas, religiosas, económicas, alimentarias, tecnológicas, que amenazan desde posiciones muy próximas en el tiempo y en conjunto se manifestarán en avalancha. Como pronostica el asertivo politólogo Ernesto Mila, el futuro se va a parecer mucho más a Mad Max que al Mundo Feliz de Huxley

Este relato es nuestro dilema vital, pero no podemos continuar contemplándolo desde nuestro cómodo sofá, en cualquiera de esas pantallas que pretenden hacernos olvidar lo que realmente está aconteciendo. Hoy, el poder popular va parejo a la recuperación de la soberanía política y económica, expropiada por esa casta financiera a la que tan bien sirven los partidos políticos de “siempre”, que llevan décadas demostrando su absoluta ineficacia. Porque hace mucho que todos conocemos el problema. No falla el relato: lo que realmente no funciona y nos condena es nuestro cómodo silencio. Lobos o corderos, esa es la apuesta.