Denunciar amnistías chanchulleras, artificios financieros de penosas repercusiones, y todo salpimentado con las vacías palabras de los políticos resulta cansino. Debo reconocer que en última instancia conlleva cierta finalidad terapéutica, pero poco más. Sin embargo hoy toca otra cosa verdaderamente más satisfactoria. Me resulta especialmente agradable escribir este artículo dedicado a un amigo. Un amigo con mayúsculas.  Mucho más cuando el protagonista de estas humildes aunque merecidas líneas está «vivito y coleando», los buenos homenajes lo son en vida. Como norma, evitar tener que arrepentirse de lo que no dijimos o no hicimos. 

Todo el que me conoce sabe la importancia que le doy a la amistad. La satisfacción que produce el respaldo de un amigo es un regalo, aunque al mismo tiempo es una responsabilidad porque es preciso mantenerla. A la amistad hay que regarla como a las plantas, si no se seca. Permítanme que traiga a colación una escena del libro de El Principito de Antoine de Saint- Exupéry. Cuando El principito conoce al zorro, le confiesa que está buscando amigos y el zorro le pide que le domestique para que pueda ser su amigo. «Domesticar es crear vínculos» le dice el zorro. Lo que hace importante a tu amigo es el tiempo que le has dedicado. Prosigue con una deliciosa definición del protocolo necesario para domesticarle en el que le recuerda que tiene que venir siempre a la misma hora para preparar su corazón. «Si vienes a las cuatro de la tarde, yo desde las tres comenzaría a ser dichoso».

Me considero un hombre afortunado por los amigos que tengo. El héroe de mis reflexiones de hoy es mi amigo Miranda, uno de esos grandes compañeros del que todo el mundo habla bien. Resulta sencillo ser amigo de Miranda por su carácter afable, su lealtad incondicional y esa genuina predisposición a ayudar.  

Tras casi medio siglo de servicio activo, el guardia civil Jose Santana Miranda, se jubila por imperativo legal. Hijo de guardia civil, un eslabón más del linaje vinculado a la institución, ingresó en el cuerpo siguiendo su vocación en marzo de 1.978. El inevitable cambio de ritmo que impone su nuevo estado en ningún caso supondrá una ruptura con la benemérita a la que está profundamente ligado.  Sus primeros pasos dentro del cuerpo los dió en las vascongadas, a finales de la década de los 70, en los años más duros del terrorismo. Pese a tan peligrosa coyuntura, pidió destino de forma voluntaria en el norte: «Éramos un grupo de canarios en la academia de Úbeda, en Jaén. Vimos unos incidentes muy graves en Pamplona y pedimos ir destinados al País Vasco. Cuatro años estuve allí». Imagínense ustedes, sobre todo los que cuenten ya con unos añitos a sus espaldas, lo que suponía vestir el uniforme de la guardia civil en el País Vasco en la época del plomo. Hace falta mucho valor para acometer las misiones encomendadas en la cotidianeidad de tu jornada de trabajo. Había atentados todos los días y le tocó vivir uno que se produjo a menos de 100 metros de la casa cuartel. Perdió algunos amigos, su compañero de camareta, Ángel Pacheco Pata con 20 años de edad, fue cobardemente asesinado por los sicarios de ETA al poco de llegar al País Vasco.

Después de ese primer destino, Miranda retornó a Gran Canaria para desarrollar su periplo profesional en la Benemérita y ya no volvió a salir de aquí. Estuvo en el Núcleo de Reserva y en la Sección de Intervención Rápida (SIR). En estos últimos quince años, se ha encargado de asesorar las nuevas incorporaciones de la comandancia. Les cuenta qué es lo que el cuerpo espera de ellos, las habilidades que tienen que tener, los méritos que precisan, además de participar en sus evaluaciones. Cree en una Guardia Civil enraizada en el estamento militar en la que la disciplina es uno de sus valores. «La Guardia Civil siempre será una parte importante de mi historia. Mi hija siempre me dice que no conoce a nadie que esté más orgulloso que yo de su profesión y creo que no se equivoca. Siempre llevaré conmigo el orgullo de haber servido a esta Institución. Nos hemos enfrentado a situaciones difíciles y hemos celebrado éxitos. La camaradería y el espíritu de equipo que he experimentado aquí son sumamente valiosos y eso es algo que siempre llevaré conmigo».

La visión del mundo de Miranda quedó patente con la elección de su primer destino y el hecho de que se mantuviera allí durante cuatro largos años. Para la sociedad actual, los valores y principios que derivan de la dignidad humana han perdido trascendencia y se consideran un lastre del que hay que despojarse. Miranda concibe el honor como una virtud que implica cumplir con la palabra dada, así como con los compromisos adquiridos tanto en la esfera profesional como en la personal. Hay personas transparentes cuya integridad se percibe desde el primer momento. Miranda es un magnífico ejemplo de alguien que va con la verdad por delante como fundamento de su moral. No hay valor moral que sobreviva de espaldas a la verdad. 

Mi amigo es además un deportista vocacional y afamado montañero que se crece ante nuevos retos. Él apunta que a partir de ahora su tiempo lo llenará el gimnasio, el senderismo, la fotografía y sobre todo su nieto de 3 años. Comenta de forma socarrona que sus nuevas misiones serán más bien domésticas: enfrentarse al crimen organizado del supermercado, combatir la invasión de la lavadora sucia y por supuesto ser el jubilado más fuerte del gimnasio. «Mis nuevas insignias serán las arrugas de la experiencia y las medallas de los nietos».

En mi experiencia personal de charlas con él siempre asoma un gran amigo y un formidable profesional. Un hombre consecuente consigo mismo y su visión del mundo. Simpático, agradable, tenaz y noble como pocos. Es un privilegio conocer a una persona así y poder estrecharle fraternalmente la mano. Siguiendo el lema del cuerpo de la Guardia Civil que encabeza este escrito, no cabe duda que en el caso de Miranda el honor es su divisa.  

Unas líneas de merecido reconocimiento a una gran persona, pero también, y en gran medida, reconocimiento a todos aquellos que en estos tiempos de confusión, hablan, piensan y creen en el honor.

Me gustaría volver a «El principito» para terminar como línea final de este sentido homenaje a un gran amigo. «Sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos».

¿Qué más se puede dar? ¿Qué más se puede pedir?

Luis Nantón Díaz