¡Sálvame desaparece!

Cuando finalice este año 2023, la deuda pública se habrá incrementado en cerca de 19.000 euros por familia desde el año 2018. Esto conlleva un incremento superior a los 4.700 euros de pago de impuestos promedio por familia/año.

¡Sálvame finaliza!

La inestabilidad en el empleo, la dependencia exterior de nuestro país, la inflación, las dificultades de acceso a la vivienda, la delincuencia, la inmigración masiva, la atomización de nuestra sociedad, la inseguridad, el desempleo, la imposibilidad para formar una familia y tener hijos, la degradación de los servicios públicos, todo, absolutamente todo, ha sufrido un deterioro que nos hace más difícil el día a día.

Pues una de las mayores movilizaciones mediáticas de los últimos tiempos, no ha sido por alguno de estos cruciales temas, sino porque eliminan de la parrilla el famoso programa televisivo SÁLVAME. Debo reconocer que en la parrilla me he quedado yo, más frito que otra cosa.

Y no porque sea un detractor de este controvertido programa y su presentador, sino porque mantengo una visión bastante diferente de su utilidad, y discutibles contenidos. Sálvame nunca ha sido un programa de corazón, de “prensa rosa”. Por encima de cualquier otra consideración, Sálvame ha sido una tertulia política de cuatro horas de duración que ha laminado conciencias, y modificado cerebros. De hecho, me atrevería a afirmar que no era un programa de televisión, sino un sutil campo de reeducación, donde se sustituía a los guardias, por verdaderos sicarios de la moral.

Con la excusa de comentar la actualidad rosa, se fomentaba un juicio moral que juzga la conducta como deseable o no deseable, como ejemplarizante o como condenable, lo que, en el fondo, determinaba a la audiencia un criterio claro de cuál es la manera correcta, moderna y resiliente de pensar y de obrar. El más peligroso e intransigente del campo de reeducación era, y es, el Sr. Vázquez. No hay nadie como un falso tolerante, para ser el más intransigente de los inquisidores.

Este sumo pontífice de la corrección sometía a los colaboradores a un proceso de selección y aprendizaje para ser buenas marionetas. Hay respuestas positivas que generan premios, admiración y nivel, y respuestas negativas que provocan escarnio, desprestigio y exclusión social. Se me olvidaba, hay un tercer posicionamiento, digamos neutro, que te deriva directamente a la salida del programa, por ser normal, es decir, triste e irrelevante para el postureo resiliente y eco vegano. Por eso se provoca el grito, la truculenta bronca, lo sencillamente burdo y de bajo nivel. Todo ello, permanentemente sazonado con la constante ridiculización de la idea de España, la beligerancia contra la idea de familia y cualquier cosa que, a su entender, mantenga un tinte tradicional.

 

Si además de bajar el nivel, mediante horas de televisión, y redes sociales, le añades bonos, ayudas y herencias universales, pues tenemos una buena ensalada de inexistente futuro. Imagino que los 20.000 euracos tienen como objetivo que los jóvenes dejen de soñar e ilusionarse, que abandonen la idea de independizarse, que se rindan antes de empezar, que renuncien definitivamente a ser dueños de su futuro, que no conciban un elevado concepto de sí mismos y sus responsabilidades. En definitiva, que se transformen en meros consumidores, en impotentes votantes cada cuatro años.  

Pues parece ser que esta flamante herramienta de la ingeniería social termina sus días de gloria. En este caso es el mercado, la sencilla audiencia, quien dice que no puede más. El adoctrinamiento tiene un límite, la polarización vende hasta un tope, el gratuito enfrentamiento es vulgar y las formas chabacanas no dan espectadores. Que se lo digan a gigantes como NETFLIX o DISNEY que están “recogiendo velas”, con los excesos woke de estos últimos años. El entretenimiento, y mucho menos la cultura, poco o nada tienen que ver con la laminación industrial de cerebros. 

Notamos que nos encontramos en período electoral porque los políticos aparecen y sonríen con más frecuencia en los medios, multiplicando promesas de imposible cumplimiento. Para los que hace años nos acostumbramos a la falacia del “puedo prometer y prometo”, nos asustan pocas cosas de la farándula política. Pero sí hay que reconocer, que, en estas elecciones, el cúmulo de chorradas absurdas e incomprensibles, es de concurso. Es como el gasto público, no es que sea desaforado, sino que conlleva un caudal brutal e inasumible, siendo imposible revertir en la mejora de cualquier situación. Pues con estas promesas, que parece como un mercadillo para verdaderos idiotas, estamos alcanzando cotas inimaginables. Creo que es más funcional lo de Melilla, que ya te compran el voto directamente por 100 euros. Nos saldría más barato. 

Es una farsa aburrida. Los conservadores defienden que es necesario atenerse a la constitución, imprimiendo una interpretación conservadora. Con los pijoprogres también tenemos cierta adherencia a la constitución del 78 pero otorgándole un sentido más laxo y voluntarista. El problema es que tenemos como Carta Magna un documento elaborado hace 45 años, cuando nada, absolutamente nada era igual a como lo es hoy.

Todo esto es una farsa tediosa. Las instituciones, los parlamentos y los parlamentitos, siempre van por detrás, a casi años luz, de la evolución de la sociedad. En las Cortes, y sus carísimas réplicas autonómicas, impera una creciente mediocridad. No digo que no se busque la excelencia, es que sencillamente se carece de sentido común. A lo mejor es a lo que denominaban sentido de Estado.

La expresión “sentido de Estado” encubre un subterfugio. Con la modernidad, el Estado tiende, de forma cada vez más indisimulada, a ser engullido por el gobierno. Recordemos que el Estado es una organización política y jurídica que arbitra la vida en sociedad, anteponiendo el bien común a los intereses personales. El gobierno, por su parte, es un agente o delegado —supremo, pero efímero— al que se encomienda la labor de llevar a cabo la actividad del Estado. Pero, con la actual dictadura de las élites políticas, los gobiernos, lejos de actuar como delegados del Estado, actúan —tras una lucha de partidos para conseguir el poder que denominamos elecciones— como paladines de unos clubes sectarios a los que denominamos partidos.

Realmente es una farsa cansina. Con una deuda pública de más de billón y medio de euros, queda claro que, quien se siente en La Moncloa solamente puede aspirar a llevarse su cuota del negocio. Se limitará a garantizar que sus cuadros y redes clientelares se aseguren el futuro. Hemos alcanzado una situación en la que el gobierno no gobierna. Mandan de verdad los tenedores de la deuda pública. Ellos son los que imponen estrategias, los que fomentan o bloquean reformas, los que no están dispuestos a que un gobierno adopte una medida que pueda impedir el cobre de los intereses devengados o el reconocimiento garantizado de la deuda. Cualquier alternativa presentada por un gobierno constitucional, salido de las urnas, que pudiera lesionar los intereses de los propietarios de la deuda, implicaría un conflicto insuperable para cualquier gobierno. Así pues, los dirigentes políticos, son sencillamente “delegados” de los grandes tenedores de la deuda pública. Por eso la nefasta agenda 2030 provoca endeudamiento, dependencia y pérdida de auténticas libertades. De veras…muy cansino.

Luis Nantón Díaz