Inicio estas líneas con una buena patada a la corrección política y tirando piedras sobre mi propio y desmadejado tejado. La historia, sobre todo la historia antigua, da pie a pensar que no todas las dictaduras son malas. No olvidemos que la historia antigua, es mucho más extensa que la que denominamos historia moderna. Utilicemos las reservas que determina la experiencia, frente a la absurda idea del progreso lineal y continuo. Si enterrando a parientes y amigos no nos hemos dado cuenta de lo irremisible de los ciclos, es que debemos cambiar la medicación. Me vienen a la memoria rápidamente tres ejemplos ʿromanosʾ de dictadores: Julio César, Lucio Cornelio Silva y Lucio Quincio Cincinato. A Julio César posiblemente le costó la vida, y Cincinato, después de cumplir sus ʿobligacionesʾ como dictador, retomó el arado en sus tierras en el mismo sitio donde lo había dejado.

Pero volvamos a la edad moderna, retornando a tierras hispanas. Nos encontramos inmersos en el estallido de una nueva dictadura. No encuentro ni la menor razón que justifique y ampare la aparición de este adalid providencial. De hecho, nadie le ha llamado, miente como un bellaco y sólo demuestra una manifiesta habilidad: la de engañar a quien sea, sin escrúpulos, para mantenerse en el poder.

Nuestro gran timonel no aporta ningún valor añadido que justifique su dictatorial comportamiento. Sus resultados económicos, sociales y culturales no es que sean discutibles o poco apreciables, es que son inexistentes. Continúa contentando a millones, a base de hipotecar nuestro futuro, endeudándonos por generaciones y dilapidando recursos, sin aportar nada al tejido productivo que necesitamos.

Claro que me preocupa la unidad de nuestra nación, claro que me consternan las  desigualdades que se generan entre ciudadanos, dependiendo de dónde estén empadronados, son muchas las adversidades que se denuncian día sí, día no. Pero el problema es mucho más grave, nos enfrentamos a una crisis institucional que persigue la acumulación de todos los poderes en una persona y su partido. La concentración  de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en las mismas manos es la propia definición de la tiranía, tal y como nos recordaba Montesquieu.

Mucho se está escribiendo, ríos de tinta, en relación a la escandalosa amnistía con la que su Sanchidad pretende adquirir los siete votos de Junts que necesita para seguir en la poltrona. No hay una base ideológica, no es una visión del Estado, no son concepciones en cuanto a lo político, no… sólo existe una estrategia y es que debo continuar mandando. Lo que resulta más trágico, tan trágico, como lamentable, es cómo todo el partido corea los mismos rastreros mantras. Hay hemeroteca por toneladas con ministros, diputados, dirigentes, barones y todo tipo de bicho viviente, manifestando clarísimamente que la amnistía no procede, que no es constitucional, que es un disparate jurídico y ahora, todos están coreando exactamente lo contrario de lo que categóricamente afirmaron. Ni siquiera tintinean las 30 monedas…

El presidente del gobierno es el principal promotor de un regateo político de alto voltaje con dos personajes. Carles Puigdemont, prófugo de la justicia escondido cómodamente en Waterloo desde hace seis años y Oriol Junqueras, un delincuente condenado e indultado por este mismo gobierno ahora en funciones. Sánchez incumple como siempre, todas sus promesas de campaña. Está negociando una amnistía para miles de acusados de terrorismo, sedición y malversación de fondos y un referéndum sobre la independencia al margen de las leyes del país. Mientras los hábiles trileros Puigdemont y Junqueras aumentan las pujas por nuestra seguridad jurídica, el ocupa de la Moncloa está pensando en superar otra vez sus siempre cambiantes líneas rojas.

Se saltan la carta magna, se fuman la separación de poderes, justifican cualquier intromisión en el poder judicial ¿Dónde tendrán el límite? ¿Dónde estarán dispuestos a parar? Sánchez puede ser elegido, pero a costa de alterar todos los rastros de legalidad restantes en el proceso. Lo que es evidente es la ausencia de un fin superior, su único objetivo es conservar el poder, sea como sea. Todos al servicio de la ambición del líder supremo.

Es necesario aclarar qué sustenta esta amnistía que quieren imponernos. Es como si una organización de narcos instrumenta un partido político y obtiene cuatro escaños en las elecciones, decisivos para formar gobierno. A cambio de este apoyo el partido exige la amnistía para todos los narcotraficantes del país. Negocian y se lo conceden. ¿Dónde está la diferencia? En vez de narcos, hablamos de corruptos confesos, golpistas, violentos irredentos y saqueadores de recursos públicos.

Resulta demencial que la ciudadanía, el resto de los contribuyentes españoles deban pagar por la  corrupción de los golpistas catalanes, que montaron una verdadera guerra civil, con absoluta impunidad. Esto sienta un precedente terrible y niega que los ciudadanos españoles tengan los mismos derechos y obligaciones ante la ley. Viviríamos en una mentira.

Empezamos con historia antigua y ahora seguimos con los padres fundadores de los EE.UU. Da lo mismo la referencia que utilicemos, porque comparar a Puigdemont con Cincinato o a Junqueras con Jefferson resulta tragicómico. James Madison, el cuarto presidente de EE. UU (1809-1817) afirmaba que la mayor amenaza a la libertad individual es el abuso que el estado puede hacer de su autoridad. «El pueblo es la única fuente legítima de poder y de él procede la carta constitucional, de la que derivan las facultades de las distintas ramas del gobierno.  Es necesario volver a la fuente originaria de poder cuando cualquiera de los departamentos invada los derechos constitucionales de los otros». Mientras gran parte de la sociedad civil se moviliza, pese a la demonización de la progresía caviar, los de Moncloa tienen prisa. Parece que ya han cerrado un acuerdo, que negocio y contrato están claritos. Este acuerdo incluye la negociación de un referéndum de independencia para Cataluña, la consideración de Cataluña como nación, y una serie de medidas sobre la amnistía y participación financiera y política de Cataluña a nivel nacional e internacional. 

Nada justifica todos estos oscuros chanchullos, salvo la propia farándula del poder político. Insultan nuestra inteligencia cuando hablan de convivencia o bien común. No solo nos engañan y esclavizan, sino que además se ríen de nosotros. Finalicemos con otro de los famosos padres fundadores, en este caso Thomas Jefferson. Nos lo dejaba meridianamente claro: «Cuando la tiranía se transforma en ley, la rebelión se convierte en deber».

Continuar mirando hacia otro lado, no ser conscientes de nuestro deber para con el futuro que merecen nuestros hijos, resulta una cómoda y patética cobardía.

Luis Nantón Díaz