Este 15 de agosto se han cumplido 250 años del nacimiento de Napoleón Bonaparte. La fama de nuestro protagonista es tan descomunal, que no requiere presentación. Napoleón, para muchos, fue un dictador, extendió, sin la más mínima justificación la guerra por toda Europa, desde Moscú hasta Lisboa. Y ahí lo tenéis, descansando en una urna monumental bajo la cúpula de Los Inválidos de París. También es verdad que Lenin, que tampoco fue un santo, disfruta de un impresionante mausoleo a la sombra del Kremlin. El debate intelectual sería interminable, al igual que extremadamente interesante, pero siempre apuesto por honrar como merece, porque se trata de honrar a nuestra historia. En base a lo expuesto dejo a los profanadores de tumbas, tan subvencionados en España, como poco interesados en el libre intercambio de ideas, las preocupaciones sobre donde deben reposar los huesos de los líderes. Mas aún, destacando que cuanto más se invoca a la “memoria histórica”, más se vive de espaldas a la historia.

Para que pudiéramos disfrutar de un debate intelectual, necesitamos a estos individuos, pero… ¿Qué es un «intelectual»? Ahora que los debates de LA CLAVE, lo recordamos los que atesoramos medio siglo, solo tengo la fotografía de un esbirro muy activo, sin carné, pero con nómina, de la maquinaria propagandística de este sistema. Un predicador progre, un sermoneador de pacotilla, un televisivo replicador de estupideces sin tino, que por repetición convierten en verdad, las mentiras mas inverosímiles. El intelectual es alguien que participa en campañas y sigue consignas.  Y, sobre todo, forma parte de un privilegiado gremio de aduladores muy bien pagados, en un constante y artificioso debate “de las ideas”, que mueve a la risa. Mientras más aspavientos, gritos, gestos airados y frases grandilocuentes, mayor es la estatura intelectual de nuestros “intelectuales”. A estos parlanchines no los anima la sincera búsqueda de la verdad, es solo cuestión de marketing, solo se trata de promocionar conductas, al hilo de las presiones ideológicas del momento, en un alocado proyecto de ingeniería social. Hasta los rebeldes de este sistema, son de plástico, absolutamente adocenados, y con olor a plástico, y código de barras.

Pero, pero.., ¿no estábamos hablando de los 250 años del nacimiento, en 1769, del pequeño cabo de Córcega, Napoleón Bonaparte? Hay que ver, la capacidad que tienen los cabos para cambiar el mundo….o intentarlo. Indiscutiblemente Napoleón es uno de los mayores genios políticos y militares de la historia. Sus agresivas guerras de expansión se convirtieron en las mayores operaciones militares conocidas hasta ese momento, en las que involucró a un número de soldados jamás visto en los ejércitos de la época. Junto con este impresionante despliegue que revolucionó el mundo conocido, fue un consumado legislador, y lo que ha terminado en denominarse Código Napoleónico es una auténtica proeza legislativa, otra muestra más de su absoluta genialidad. Lástima que en múltiples cuestiones le faltó visión, o no anduvo muy atinado, como lo realmente mal que calibró sus negocios en España. Y eso que bien lo ponderó el magistral Ernesto Giménez Caballero, quien en su obra GENIO DE ESPAÑA citó generosamente a Napoleón, reiterando el mensaje de ¡Admirable Francia, enemigo admirable!

Pues, ya que hablamos de Napoleón y de transformar la historia, debemos hablar del precursor de la ucronía, con un texto tan genial, como interesante, me refiero al NAPOLEON APOCRIFO, de Louis Geoffroy. Un texto del siglo XIX, que incluso cita a Canarias, con nuestro mágico TEIDE, transformado en una colosal imagen del emperador

Louis-Napoleón Geoffroy-Chateau nació en 1803, hijo de un oficial de ingenieros del ejército francés, muerto en Augsburgo, tan apreciado por Napoleón que adoptó a sus dos hijos tras su muerte, cuando Louis tenía tres años. Seguro que el propio Napoleón pasó buena parte de su exilio en Santa Elena imaginando cómo, si no se hubiera prendido fuego a Moscú al acercarse la Gran Armada, sus fuerzas hubieran podido pasar el invierno en la ciudad y con el buen tiempo hubieran dado alcance a sus enemigos y los habrían derrotado. Hubo momentos en que realmente la fortuna de la Historia dependió de la suya.

El primer volumen, “De Moscú a Madrid”, se dedica generosamente a España, saliendo malparado Fernando VII y no menos Wellington, mientras que sucede lo contrario con los generales Castaños y Palafox, derrotados con honor en la gran batalla de Segovia que decidió la suerte de la Península.

Después de la dominación de Europa, el emperador inicia la conquista de Asia y África. Derrota a un gran ejército musulmán en Palestina y toma Jerusalén, retornando a París con la piedra negra rescatada de las ruinas de la Cúpula de la Roca. Luego destruirá los lugares santos de todas las religiones, excepto la cristiana. Breve sinopsis de un genial desarrollo de ucronía, que nos da que pensar…, mucho que pensar. Me alegra sobremanera que este aniversario, haya pasado inadvertido para nuestros intelectuales, no se me ocurre un mayor homenaje al emperador.

 

Luis Nantón Diaz

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