Hace unos días retorné de Moscú, tras disfrutar de una interesante semana en la capital rusa, en compañía de viejos y buenos amigos. La pareja formada por Genady y su mujer Swietlana me había invitado a revivir antiguas experiencias, y a conocer personalmente a sus tres hijos. Lo he pasado muy bien, y sobre todo he podido ejercitarme en un papel muy importante y que espero desempeñar brillantemente en los próximos años: el de abuelo. ¡A ver si me brindan la oportunidad!…

Desde joven, y por cuestiones de trabajo, por “incursiones” culturales, y sobre todo por una creciente amistad, siempre me he sentido muy cercano a la nación rusa. Durante estos días, Swietlana que es profesora de español en la Universidad de Moscú, me invitó a participar en sus clases de apoyo. Esta interesante experiencia me permitió validar mi directa percepción de que la sociedad rusa, poco o nada tiene que ver, con lo que los medios occidentales reiteran cansinamente sobre falta de libertad, sistema opresivo u otras sesgadas descripciones. Durante toda la jornada no paré de intercambiar todo tipo de opiniones e información con multitud de alumnos, jóvenes de diferentes estratos y sensibilidades. La mayor parte de mis experiencias en el este acontecieron en los años 1991 y 1993. Remate definitivo de la CEI, como fallecimiento definitivo del período soviético. Gracias a mi amistad con el controvertido filósofo Alexander Duguin, tras propiciar su visita a Madrid por mediación de Sanchez Drago, pude conocer directamente a varios líderes del momento. El que más me impactó, por vivificar el “socialismo positivo” fue Genady Ziuganov, aspirante a la presidencia en varios plebiscitos, un político de gran experiencia. En lo cultural me marcó el genial pintor Ilia Glazunov, que aún continúa cautivándome… y nunca olvidaré varias fiestas interminables con miembros de Nautilus Pompilius… ¡sin duda! Todo esto terminó con el criminal bombardeo del parlamento ruso por los sicarios de Yeltsin, y por el cambio climático que afectó a mi estadía en la capital rusa. En la actualidad los rusos denominan a la década de los 90, la década criminal. Fue el principio de una turbulenta era de promisión, y el final de un ciclo. Para mí, sencillamente, el inicio del camino.

Lamento desilusionar a quienes crean que voy a contar una de mafiosos rusos: Moscú se parece mucho a cualquier urbe europea, como Madrid o París, y en ella se toparán con idénticos comercios, similares atascos, y posiblemente un ritmo más intenso que en sus ciudades de origen. Rusia parece bastante similar a nuestro radio europeo, pero es bien diferente, vital y enérgicamente diferente. Están orgullosos de su historia y están muy unidos en un objetivo común de situar a su nación, en el preponderante lugar que merece. Para empezar, el paseante verá niños y madres jóvenes. Al revés que los europeos, el pueblo ruso no desea desaparecer, no siente la menor tentación de suicidarse y de favorecer una política de sustitución, como acontece en la Europa de los oscuros funcionarios de Bruselas y sus multinacionales. Por esto el gobierno ruso fomenta la natalidad y lucha por superar el desaguisado demográfico de las eras de Yeltsin y Gorbachov. Posiblemente por esto, y otras medidas claramente poco globalizadoras, los nada transparentes medios en manos del poder, generan una permanente confusión. Creo que los líderes useños y rusos, Trump y Putin, nunca han estado tan unidos en la historia, como ahora que son común objetivo de las “corrientes de opinión” de los que manejan el negocio. Verdaderamente resulta alucinante como se “olvida” que el anterior ocupante del despacho oval regó de bombas y muerte gran parte del mundo, y eso que a los tres días de acceder al poder, sin merito alguno, le dieron el Nobel de la Paz.

Algo está ocurriendo en Europa y muchos se niegan a reconocerlo. Resulta muy curioso que frente a movimientos claramente emergentes, absolutamente respetables e ilusionantes, se utilicen idénticos subterfugios, parecidas herramientas mediáticas: los ciudadanos que han votado a Trump son paletos de la América profunda, los que sostienen a Putin son nuevos ricos carentes de cultura y educación, los que han revolucionado la situación en Hungría, Polonia, Italia o Francia son palurdos sin altura de miras, que no logran percibir las maravillas de la globalización y la sociedad multirracial. Ahora, tras las elecciones del domingo, intentan hacer lo mismo con los millones de votantes de VOX. Además, siempre con esa burda fantasía del monopolio de la cultura y la intelectualidad por una izquierda desfasada, que se ha transformado en el cómodo y rentable club de los pijo-progres.

Se atreven a denunciar con sus casposos discursos del siglo pasado que ¡se intenta reconstruir la democracia, haciéndola plebeya! Esto es perder el norte, y esto acontece cuando una élite patrimonializa la democracia, convirtiéndola en una finca. Esto es el sistema, un coto cerrado para los viejos partidos de la esfera parlamentaria, y su absoluta carencia de soluciones.

Los seguidores del TOP TEN de los Bilderberg saben cómo planificar las cosas. Nunca se ha hablado tanto de igualdad y pocas veces ha sido ésta tan arrebatada al pueblo en su ámbito esencial, el de la decisión política. Por eso el objetivo fundamental y prioritario de movimientos como el que lidera Santiago Abascal es devolverle al pueblo, a la nación, la soberanía perdida, entregada por las élites a entidades internacionales a las que nadie elige. El sueño socialdemócrata se ha desvanecido en China, en Hong Kong, en Taiwán. Por eso diseñaron las voraces políticas de extinción demográfica, auspiciadas por la ONU y la UE, y se potenció la emigración de reemplazo para sustituir una población nativa, cara e insatisfecha, por una marea de nuevos europeos a los que se les pueda pagar sueldos como los de Sureste asiático. Es esto, y no ninguna insatisfacción cultural más propia de universitarios ociosos, lo que ha provocado la irrupción de los mal llamados movimientos populistas.

Tan odiosa como la tiranía económica de las élites es su pretendida superioridad moral. El origen de estas convulsiones sociales no está en una necesaria reacción a la falta de transparencia, sino en una revuelta contra el hurto de la soberanía política y económica de las naciones. Y, sobre todo, en el evidente declive económico de las clases medias y bajas en Europa, producto de la liberalización mundial de los mercados, para competir con las potencias emergentes. Estos iluminados continúan con un proceso de pauperización progresiva de las capas populares de España, y del resto de la Unión Europea.

Quieran o no, son tiempos de cambio. Existe una visión del mundo que lucha frente al “consenso progre”. Basta ya de corroer nuestros valores, principios e identidad. Sin duda: tiempos de cambio.

 

Luis Nantón

https://luisnanton.com/