Algunos dicen que hay dos Españas, otros ansían destruir la que existe y repartirse el botín en minúsculos reinos de Taifas. Generalmente, con las dos Españas se hace referencia a esa supuesta tradición cainita que desde el XIX arrastramos en nuestra nación. Es un tema complejo que debemos afrontar desde múltiples perspectivas. Resulta lamentable, casi dramático, como unos hipócritas desalmados han resucitado enfrentamientos, que se habían resuelto hace más de medio siglo, para confundirnos en el presente y dominarnos en un sombrío futuro. Abrir heridas plenamente cicatrizadas, gracias al esfuerzo y tesón de anteriores generaciones, con fines arribistas, es de muy mala gente. No buscan justicia, buscan negocio y cómodas redes clientelares.

Lamentablemente sí que hay dos Españas que están real y contrastadamente diferenciadas. Existen zonas, regiones o comunidades que se están alejando progresivamente por capacidad económica. Su poder adquisitivo disminuye mientras se hunden en las oscuras estadísticas de los que carecen de suficientes recursos. Cada día es más frecuente la emisión de informes socio económicos con relación a estas preocupantes brechas. Por ejemplo, en «El estado de la Pobreza en las Comunidades Autónomas», se constata una división de España en dos mitades norte-sur con muy diferentes realidades de nivel económico. Dos parámetros habituales de medición, en estos estudios, son las tasas de riesgo de pobreza y exclusión social (AROPE) y de privación material y social severa (PMSS).

En las regiones del sur, la tasa de riesgo de pobreza alcanzó en 2022 al 27% de la población residente, cifra que se reduce a casi a la mitad (15 %) para aquellas que viven en la mitad norte del país. Estas desigualdades territoriales también se observan en la asimétrica evolución de la privación material y social severa. Así, mientras que en el norte la PMSS ha caído casi un punto en el último año, en el sur apenas ha variado, con una bajada de 0,3. En consecuencia, se ha incrementado la brecha entre ambas zonas hasta los 3,4 puntos porcentuales (9,6% frente al 6,2%). Y la tendencia no es muy halagüeña.

La tasa AROPE en las regiones del sur alcanza en 2022 al 33 % de la población residente  frente al 21 % de las que viven en la mitad norte del país. Según estos informes Canarias es la segunda comunidad más castigada con cerca de un 14% de tasa de pobreza severa, superados sólo por Andalucía. No olvidemos que detrás de estas frías cifras, hay personas, hay familias.

Resulta necesario tener conciencia de las cosas, manejar adecuadamente la información y fomentar el espíritu crítico. Hace tiempo que España ha desconectado y el contacto de la gente con la actualidad dura lo que tardan en coger el mando del televisor o el ordenador para engullir la última basura de NETFLIX. Nos estamos jugando algo tan fundamental como la separación de poderes y nos despistan, de forma infantil, con multitud de chorradas; pero que quede claro, no nos apuntan con una pistola…

Al personal le da igual todo: el precio del litro de aceite, los pactos de Estado con chorizos y delincuentes disfrazados de estadistas, o que los que antes practicaban el terrorismo más salvaje y cobarde sean ahora socios preferentes de nuestro resiliente Gobierno. España está en un letargo decadente, hemos desconectado por auténtica desesperación y somos un colectivo anestesiado que se mueve por la vida como si disfrutara de una siesta permanente.

Las diferencias comentadas entre comunidades españolas se vinculan directamente con el crecimiento exponencial de las ayudas que necesitan amplios colectivos de población. Los beneficiarios de la renta mínima de inserción (RMI) que abonan las autonomías alcanzan una de las cotas más altas de su historia: casi 650.000 personas. Es una cifra que supera en un 53% la de un año de franca recesión económica como fue 2009. Dicho incremento debe suscitar la reflexión sobre la utilidad de este tipo de ayudas, destinadas a proporcionar un temporal sustento. En el caso de estas rentas, su diseño está explícitamente dirigido a favorecer la inclusión laboral, pero el día a día demuestra que estamos obteniendo el resultado contrario. Se está animando al personal, a muchos de los afectados, a no reincorporarse al mercado de trabajo.

Pese a los fondos Next Generation, los cohetes de la ministra de Trabajo y todo el rollo tecnológico de la mesiánica inteligencia artificial, la economía española mantiene tres sectores claves y poco más: turismo, construcción y servicios. Sobra comentar que la viabilidad económica del país está en entredicho. Hacen falta reformas de gran calado empezando por la educación. Los políticos de siempre, los que llevan desmantelando el país casi medio siglo, no van a reconocer que sus reformas educativas emprendidas desde los años 80 son un fracaso. Ahora lo previsible es que la situación empeore, con la casta política en manos de los burócratas de la Unión Europea y de las instancias internacionales (ONU, UNESCO), que se llenan la boca con los vacíos catecismos de la agenda 2030.

En nuestra nación todavía bulle y vibra mucha inteligencia, creatividad y proyectos suficientes para afrontar esa nueva vía. Es obligación del Estado conocerlos y aportar facilidades para su desarrollo. Eso exige reformar los planes de estudio teniendo en cuenta lo que demanda el actual mercado de trabajo y su evolución para el próximo lustro. Resolver el problema del desempleo pasa por reformar estructuralmente el sistema educativo desde preescolar. Y sobre todo, e insisto en lo de sobre todo, otorgarle un enérgico impulso a una formación profesional de nuevo cuño mediante algo parecido a lo que se denominaba las «universidades laborales» que tan buenos resultados dieron en su momento.

Cuando seguimos mirando hacia otro lado, sin hacer frente a los problemas, me acuerdo de George Orwell, quien hace décadas apuntaba: «Educados durante cientos de años por una literatura en la que la justicia triunfa invariablemente en el último capítulo, creemos casi por instinto que, a la larga, el mal siempre se destruye solo». Y ese cuento no es así, hay que luchar por lo que es justo y necesario, y nadie va a sacarnos las castañas del fuego.

Siempre es el mismo vacío sainete de las “energías renovables”, la “transición energética” y demás eslóganes que no generan provecho, riqueza ni empleo. Sin adoptar medidas estructurales a medio y largo plazo, las diferencias económicas entre los españoles van a continuar creciendo. Y de eso trata esta reflexión, de las dos Españas; ambas se tienen que ayudar…pero sin estos políticos de por medio.

Luis Nantón Díaz