Un relato que ha marcado una impronta determinante en mi vida ha sido, y es, “La princesa prometida”. Ya desde sus primeras líneas está exponiendo sus contrastadas enseñanzas, siempre con un toque delicadamente subliminal: “Sus pasatiempos favoritos eran montar a caballo y atormentar al muchacho que trabajaba en la granja. Su nombre era Westley, pero ella nunca lo llamaba así. Nada proporcionaba tanto placer a Buttercup como dar órdenes a Westley a todas horas. Como desees, es lo que siempre contestaba él. Un día descubrió con asombro que cuando él decía como desees, en realidad significaba te amo.”

‘La princesa prometida’, obra cinematográfica de culto con la que han disfrutado varias generaciones, llegó a la gran pantalla en diciembre de 1987. Ha llovido mucho, más de 30 años, pero su mensaje es más vigente que nunca, y que vamos a decir de esa banda sonora con el genial Mark Knopfler, y la interpretación del tema principal por Willy de Ville. Basada en la novela homónima de William Goldman publicada en 1973, ‘La princesa prometida’ mostraba a un abuelo narrando a su nieto enfermo la historia de Buttercup, una doncella que, a pesar de convertirse en la esposa del príncipe Humperdinck, espera el regreso de su amado Westley , un plebeyo que emprende un viaje para conseguir una fortuna y poder casarse con ella.

Hace unos días finalicé un artículo que publiqué en mi blog sobre el sentido oculto de determinadas obras de Julio Verne. La obra de Goldman no tiene esta finalidad, no tiene este objetivo, pero sin duda es mucho más que un tierno y entretenido relato juvenil. Esta maravillosa narración tiene todos los ingredientes, absolutamente todos, para inferir en el lector multitud de mensajes positivos. Sus emblemáticos personajes desbordan valentía, lealtad, fidelidad, honor, arrojo, desprendimiento…un mar de carismas que nos encantaría transmitir a nuestros seres queridos, a nuestros allegados. Siempre he pensado, que la mejor forma de educar, después de la maravillosa herramienta que supone el ejemplo, es con los mitos. Con los antiguos mitos y leyendas, transmitimos el ejemplo que requerimos revivir y vivificar. No se me ocurre mejor forma de forjar un carácter, que el irradiar nobles virtudes, mediante el ejemplo de los héroes.

La valerosa resistencia de la princesa Buttercup, el frio coraje de Westley, las sorprendentes luces y sombras de nuestro orgulloso español Iñigo Montoya, o un espíritu tan generoso y grande como el enorme Fezzic, dispensan a borbotones todos los dones a los que hacemos referencia. Pero en simultaneo, y desde el principio, el relato nos muestra su mensaje principal. Hay una conversación de los protagonistas, donde Westley le comenta a nuestra princesa: “La vida es dolor, alteza. Quien quiera que diga lo contrario intenta engañaros.” Aquí se inicia el verdadero mensaje de la obra de Goldman. En la película, el abuelo que esta leyendo el cuento a su nieto, interpretado por el entrañable Peter Falk (Colombo), lo comenta en varias ocasiones, disputando a su joven nieto lo que puede, o no puede ser. La vida es injusta, enormemente injusta. Se repite en varias ocasiones, pero el resto de la obra también viene a indicarnos que, pese a que la existencia es una experiencia dura, también conlleva algo maravilloso, una fantástica, brillante y luminosa oportunidad para aprender. Amar, trascender y superar. Por lo tanto, la vida es injusta, pero es una maravillosa experiencia, posiblemente irrepetible, que debemos aprovechar.

Todo el relato de “La princesa prometida” tiene como cometido entretener, mientras nos va “inoculando” este mensaje trascendental. Esto es tan seguro, como que en solo unos días los efectos se van desvaneciendo, y seguiremos disfrutando de la inconsciencia del trepidante día a día.

La novela, y la película, nos van transmitiendo ese mensaje axial, mientras nos regala multitud de píldoras de todo tipo, combinando el más tierno romanticismo, con el humor más hilarante. Como ejemplo de lo primero, el dialogo cuando nuestros protagonistas se reencuentran:

– ¿Por qué no me has esperado?

– Porque habías muerto.

– La muerte no detiene al amor; lo único que puede hacer es demorarlo.

– Nunca volveré a dudar.

– Nunca tendrás necesidad.”

 

En cuanto a las diferentes notas de agudo ingenio, es inolvidable la comparativa que realiza el Milagroso Max del “amor verdadero”, con un bocadillo de cordero, lechuga y tomate. Curiosamente, el dialogo que más ha marcado a varias generaciones es cuando el hidalgo Iñigo Montoya, recuperando titánicamente sus fuerzas, arremete contra el cruel Conde Rugen mientras le repite insistentemente: “Me llamo Iñigo Montoya, tu mataste a mi padre, prepárate a morir”.

Ya lo apuntaba el príncipe Siddharta, quien nunca tuvo la oportunidad de recrearse con la obra de Goldman: “La fuente de todo mal es la ignorancia”. Desde mi mansa existencia me siento objeto de una reciente injusticia de esas que tantas te regala la vida. Para hacerme daño, en una necedad solo disculpable por la estulticia, le han hecho daño a un ser querido, como herramienta para vejarme…La vida continua, y pese a las injusticias, y las que quedan, sigo aferrándome a esta apasionante y única experiencia que es la vida. Porque estoy vivo, tremendamente vivo, y acérrimamente consciente.

Soy un hombre afortunado. Disfruto de una vida plena y con muchísimas posibilidades para sentir y aprender. Muchas son las personas queridas, que con sus desprendidos y leales sentimientos me animan a continuar en este sorprendente sendero que es la vida. Muchas personas a las que siempre contestarles: COMO DESEES.

 

Luis Nantón

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