En los últimos cincuenta años, el sistema se ha empecinado en disolver cualquier muestra de identidad en nuestro país. La modernidad, por otra parte, ha creado una capa aislante entre el individuo y la tierra que nos ha visto nacer; dicha barrera nos impide experimentar el sentimiento nacional y está formada precisamente por las actitudes materialistas y por el individualismo más gregario y hedonista. Cuando prima el yo, el bien común siquiera se percibe o entiende.

Este mes estamos celebrando nuestro día nacional. Este octubre estamos conmemorando el día de la Hispanidad. No hay que pedir disculpas a nadie, no es necesario pedir perdón, muchos estamos muy orgullosos de nuestra historia, y no molestamos a nadie, los pueblos con carácter e identidad, son menos manipulables, son más libres, y por ello comprendo la obsesión en ridiculizar el legado de muchas generaciones de españoles.

Jose Javier Esparza recientemente ha editado un libro genial, extremadamente recomendable, donde sintetiza 35 razones para que estemos orgullosos de nuestra historia. Permítanme, con fines meramente terapéuticos, destacar la esencia, utilizando parcialmente su prólogo, de un texto genial: NO TE ARREPIENTAS.

Este es un libro pensado para Usted. Y para sus padres. Y para sus abuelos. Para ti, porque nada de lo que aquí se cuenta te lo van a enseñar en el colegio. Para tus padres, porque probablemente les habrán enseñado todo lo contrario. Y para tus abuelos, porque tal vez un día conocieron muchas de estas historias, pero desde hace medio siglo les están diciendo que tienen que avergonzarse de ellas.  Y no, no hay que avergonzarse de ser español. No hay que arrepentirse de la huella que España ha dejado en la Historia. Al revés, hay sobradas razones para estar muy orgullosos de la Historia de España. 

Como en todas las naciones nuestro suelo ha sido la cuna de bárbaros, de fanáticos, de criminales o de ladrones. Claro que sí, como en todos lados, porque las personas estamos más o menos modeladas con la misma pasta. Nadie es mejor por ser español, de igual manera que nadie es mejor por nacer francés. Pero también hay que tener en cuenta, que nuestros antepasados realizaron cosas verdaderamente maravillosas, cosas que nos pertenecen porque son la herencia que nos han dejado y a las que no deberíamos renunciar porque, sin ellas, ¿quiénes seríamos? ¿Simples votantes, simples contribuyentes sin identidad ni carácter?

El carácter español fue forjado en casi 700 años de recuperación del territorio nacional. A la progresía debería fascinarle la Reconquista. No deja de ser la empecinada lucha de un puñado de campesinos libres contra un despotismo teocrático y esclavista. Estimulantes historias de labriegos que ganaban tierras hacia el sur, la lanza en un hombro y la azada en el otro, orgullosos en sus pequeñas aldeas frente a la violenta opulencia del invasor africano… Perfecto ejemplo de épica popular contra el poderoso, contra el tirano.  Pues no, muchos paisanos toman partido por el emirato de Córdoba, el cuento de la convivencia de las tres culturas y la tolerancia de la cultura islámica. Si fuera posible que la hubieran probado, como la sufrieron durante siglos los cristianos.

Fueron españoles los que dibujaron el mapa del mundo: abriendo el Atlántico, primero; dando la vuelta al globo después, y finalmente, conquistando el océano Pacífico. En España nació uno de los primeros parlamentos de Europa y también los primeros estatutos de ciudades libres, con ciudadanos sin servidumbre. España fue la primera —y durante mucho tiempo, la única— en prohibir que se esclavizara a los vencidos y en dictar leyes para protegerlos, y también la primera en traducir la religión propia a las lenguas de los conquistados. En una época donde todo esto resultaba verdaderamente revolucionario. En España nació el germen de lo que luego conoceríamos como derechos humanos. Y las primeras formulaciones modernas de la economía. Nuestro país organizó la primera expedición científica internacional y la primera campaña de vacunación en tres continentes. España alumbró la primera gramática de una lengua moderna. Estos episodios son historia, pero han sido olvidados, silenciados o deformados.

¿Más tópicos? El genocidio, claro. Ese brutal genocidio que España habría ejecutado sobre los indígenas de América. Es fascinante,  porque uno ve hoy la América hispana y constata que hay decenas de millones de indios y, aún más, de mestizos. ¿Cómo es compatible eso con la tesis del genocidio? Y, sin embargo, ahí tenemos a no pocos españoles denunciando, indignados, el tal genocidio al lado de ciudadanos de evidente origen indio y que suelen llevar apellidos como Martínez o Gómez, sin que la manifiesta incongruencia les incomode lo más mínimo. Los españoles hemos dejado que nuestra historia se deforme hasta lo grotesco. Hernán Cortés, como ejemplo,  entró en Tenochtitlan acompañado por 200.000 nativos sojuzgados para terminar con la sangrienta dominación azteca. Y ahora se le acusa de genocida. En tiempos de los virreinatos ciudades como Lima o México eran mucho más prósperas y dinámicas que Madrid, e imprentas, iglesias y universidades jalonan toda la América hispana.

No hay que mendigar perdón porque la población del virreinato de Nueva España (casi seis millones), en 1776, duplicaba a la de las colonias inglesas de Norteamérica y su desarrollo económico, técnico y cultural las superaba en todos los terrenos.

Es fácil entenderlo: quien controla el pasado, o sea, quiénes somos y de dónde venimos, controla el presente, o sea, adónde queremos ir. Hablemos claro: en España, desde hace muchos años, el relato sobre quiénes somos y de dónde venimos lo controla una gente que tiene bastante poco interés en eso que se llama «identidad nacional». Unos, mayormente a la derecha, porque sueñan con un mundo transparente de individuos disueltos en un gran mercado mundial.  Otros, mayormente a la izquierda, porque aspiran a dibujar un país de nueva planta según sus particulares convicciones. Y aun otros, en fin, porque ambicionan crear su propia identidad nacional, aunque sesgada, como es el caso de los separatistas.

Los unos por los otros, el resultado es que una parte importante de los españoles de hoy sienten vergüenza de su propia historia, es decir, de sí mismos. Y así nos va. Porque, del mismo modo que ninguna persona puede vivir odiándose a sí misma, so pena de volverse loca, tampoco ningún pueblo puede vivir odiando su pasado y su propia existencia.

Como bien apunta el genial Sertorio: En una cosa tienen razón los mandamases de la élite: ni Colón, ni Cortés, ni Elcano, ni Orellana son héroes para nuestro tiempo. Ni los merecemos ni estamos a su altura. Mal acabará una civilización que escupe sobre la tumba de sus héroes. Se lo merece.

Luis Nantón Díaz