Prosperar es bueno y necesario, la búsqueda de la prosperidad es tan insustituible como ilusionante. Todas las generaciones anteriores se han planteado retos y objetivos para alcanzar el bienestar personal y el bienestar de los que a uno le rodean. Siempre hemos relacionado el hecho de prosperar con el esfuerzo, la superación y la lucha, no sólo en el ámbito material, sino propiciando la formación y el crecimiento personal. 

Jamás, e insisto en lo de jamás, se había planteado el obtener derechos, bienes o recursos por «la cara». Porque es así y porque sólo importan los derechos, sin atender a una lógica contraprestación, las responsabilidades y las obligaciones. Una cosa es que tengas derecho a adquirir una vivienda o arrendarla con el fruto de tu trabajo y otra diferente es que esté escrito en algún sitio que te corresponde un piso porque si, que te deben pagar el resto de los ciudadanos. Porque eso de «papá estado» es una absurda entelequia con independencia de que éstos, cuando algo te dan, es porque te lo han quitado antes.

Pero bueno, más o menos el sistema se mantiene y aunque vamos palideciendo en una sociedad que aspira a mucho ocio y diversión, cada día nos anestesiamos más y nos acostumbramos a mirar permanentemente hacia otro lado. No sé quién decía que la gente no decide su futuro, lo que decide son sus hábitos y por lo tanto sus hábitos deciden su futuro.

La importancia de la economía, del factor económico en nuestros días resulta crucial. El materialismo más burdo nos domina, pero lo ridículo es que nos conformamos con las migajas del sistema. Vivimos al día, soñando con las pensiones que disfrutaremos en su día y que salvaguardan nuestro sistema de garantías. Pero todos sabemos que desde hace años la caja de las pensiones está sencillamente vacía y se liquidan las obligaciones de pago a base de créditos, de créditos y de darle imparablemente a la «maquinita del dinero».  Llevamos ya computados cerca de 98.000 millones de euros para darle oxígeno a la hucha de las pensiones, que por alguna extraña razón no incrementan el saldo de la deuda pública.

Las estadísticas del mes pasado informaban que el número de pensiones contributivas en la Seguridad Social soportadas para mayores de 19 años rondaba los diez millones. Son muchos los pensionistas, casi 100.000 perciben dos o más prestaciones. Mientras, con idéntico calendario, el IMSERSO computaba un total de 272.000 jubilados no contributivos y 177.000 pensiones de invalidez. Por su parte, el número de retirados y beneficiarios de ayudas en el sistema de clase pasivas superaba las 695.000. En total, hay más de 11 millones de pensionistas que sólo en estas partidas superan mensualmente los 15.000 millones de euros.

Es necesario ser un auténtico necio para seguir repitiendo las mismas acciones y esperar resultados diferentes. En las últimas décadas se ha quebrado el sistema. No se mantiene con las contribuciones de los trabajadores y empresas y es necesario provisionar cada día con mayores y más caros empréstitos. ¿Alguien sabe de un sistema que se mantenga así eternamente? Yo no, por eso no concibo como estamos tan tranquilos, mientras merman nuestra estabilidad y nuestro futuro.

Cualquier análisis detallado, con perspectivas de futuro, de los datos demográficos y económicos no aguanta ni un asalto. Casi 20 millones de ciudadanos españoles con más de 18 años reciben una prestación vital, alguna ayuda de dependencia o un sueldo público. La población española en esa franja de edad supera los 39,4 millones, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) relativos a 2022. No pongo en duda la necesidad de que el estado se haga cargo de esos pagos, para nada, lo único que me permito apuntar es que hay que cambiar de gestores porque la caja está llenita de telarañas y la deuda aumenta.

Tenemos múltiples ejemplos de sociedades subsidiadas y de sus resultados a medio plazo. Actualmente uno de cada dos españoles mayores de 18 años depende ya de una ayuda o subsidio, de una pensión o de un sueldo pagado por administraciones o empresas públicas, una proporción que seguirá aumentando con el envejecimiento de la población y en momentos de crisis económica. Las ayudas, a menudo de subsistencia, sirven para permitir malvivir a los ocupantes de millones de hogares y se han convertido en un recurso básico. Un recurso básico para las personas que lo necesitan, para los que promueven un sistema de dependencia y lo denominan prosperidad.

¿Pero cuántos datos son necesarios para tener dudas razonables sobre la viabilidad de este sistema? Si estamos en la calle, si estamos en el mundo, se percibe una especie de tendencia a no querer trabajar. Son mayoría los sectores donde resulta difícil cubrir una vacante. Las diferentes ayudas estatales, han pasado de ser un recurso para periodos puntuales, o extremos, a convertirse en una alternativa al trabajo que mantiene y dignifica. Tengamos en cuenta que cerca de 700.000 españoles cobraban a finales de 2022 alguna renta mínima. Estos salarios sociales tienen cuantías y requisitos diferentes según la región y oscilan entre los 300 y los 700 euros. Para mantener todo este carísimo circo España ha ampliado su deuda pública 386.252 millones de euros, pese a un incremento de la presión fiscal desde el ejercicio 2019 cercano a los 33.000 millones de euros. Tampoco resultan desdeñables los 41.365 millones transferidos desde la Unión Europea, y que la ciudadanía todavía no ha percibido en que se han invertido.

Todo esto me recuerda a una escena de la película «El padrino», cuando don Vito Corleone le advierte a su hijo, que aquel que le aconseje una reunión, ese es el traidor. Algo parecido pasa aquí con la unánime agenda 2030, pero al revés, aquel que disiente tiene una motivación diferente al resto. Los partidos políticos de siempre defienden sus anquilosadas fórmulas que sólo les aportan a ellos, a su tinglado y a su negocio. Perpetuamos los cansinos esquemas de izquierdas y derechas para despistar a las mansas ovejas. En medio de eso escuchamos la ajada voz de Marlon Brando que nos advierte que estemos atentos a las señales, que debemos fijarnos en los que hacen algo diferente. Ese discurso representa como poco una novedad y aquel que lo sostiene tiene todo por demostrar.

Ciudadanos motivados por su prosperidad y por la de sus hijos, son el motor del verdadero progreso. Los datos y el día a día dan que pensar, sobre todo, en que hay que recuperar el timón de lo que acontece, de lo decisivo, y buscar fórmulas alternativas. Recuerden, la gente no decide su futuro sino sus hábitos y por lo tanto sus hábitos deciden su futuro. Y el futuro está llegando cada día más deprisa.

Luis Nantón Díaz