Siempre me cautivó la fuerza de este disco de EXTREMODURO, con una portada que expresa sin ambages, la actitud de quien está acostumbrado a llevarse todos los mamporros, como inevitable pago de su consecuente independencia. No lo olviden, minoría absoluta…

Estas últimas semanas se han celebrado tres grandes convenciones políticas en España, donde tres diferentes e importantes partidos, han intentado mostrar músculo social demostrando que están realmente vivos, y con sensibilidad hacia la gente. La siempre monolítica prensa subvencionada y agradecida, solo se ha hecho eco, de forma apabullante, de dos de esas tres grandes concentraciones. Curiosamente la única convocatoria que no estaba repleta de representantes en nómina, empleados de partido, estómagos agradecidos y miembros de la sectaria farándula, sino de gente normal, de ciudadanos de la calle, de gente corriente, es de la que no se habló absolutamente nada. Ese vacío total, esa inexistencia en los grandes medios oficiales, es lo que personalmente me aporta el sello de calidad. A buen entendedor pocas palabras.

Cuando tenemos elecciones es normal que se viertan todas las promesas posibles. Ya sabemos que nunca se van a cumplir. No se me ocurre ahora mayor experto en tan denigrante materia que nuestro gran timonel, eso sí, con el melifluo coro de toda una clase política que nos domina, controla y exprime, casi sin esfuerzo. Solo hay que regar de millones a crecientes e inútiles redes clientelares, siempre insaciablemente hambrientas de cualquier recurso público. La diferencia de los discursos en época de elecciones, y en los congresos de los grandes partidos “históricos”  es que se habla a los convencidos, a los que siempre quieren salir en la foto, al percentil más bajo de una mesnada de frenéticos palmeros. Por eso los discursos son siempre de antología, y resulta terapéutico visitar las hemerotecas, y evaluar el radical y tragicómico descenso de valor. 

La historia se ha impulsado siempre por el empuje de las minorías. Indudablemente no por las “minorías absolutas”, que estas puntuamos bien poco. Pero es que analizando lo que se vierte en los congresos y sus voceros, se constata que no hay ni una idea, ni un síntoma de inteligencia, ni un ápice de elegancia, ni de grandeza o respeto. Todo es cortoplacista, todo es para un rédito comercial, todo es salir en la foto. De cualquier forma, cuando las situaciones son tan apabullantemente escandalosas, muchas personas se percatan de que nos están llevando al “lego”, muchos ciudadanos perciben que nos arrojan las migajas, a cambio de arrebatarnos el futuro. La esperanza es cuando ese nivel de conciencia aumenta, y se pasa a la acción. No pierdo la esperanza de que ese momento de despertar puede llegar…debe llegar.

Por si alguien no se ha percatado, la agenda 2030 es un absoluto desvarío de unos cuantos oligarcas, tan rebosantes de “pasta”, como carentes de escrúpulos, que pretenden arrebatarnos todo, mientras nos prometen que vamos a ser muy felices. Para estos millonarios globalistas, las personas, los individuos, somos prescindibles, al menos como entes pensantes. Posiblemente seamos más económicos que un funcional robot. Su papel queda reducido al de mero consumidor y engranaje de un sistema controlado por estos “filántropos”. Pero para construir una nueva civilización antes hay que demoler la preexistente y para ello hay que imponer una singular ortodoxia. La estrategia que ha de servir, como está sirviendo, para alzar una nueva civilización es la excluyente corrección política. Por eso, alcanza a todas las facetas de lo humano: la razón, la ciencia, el arte, el sexo, la reproducción, la familia, la religión, la filosofía, la política, la nación, la alimentación… a todo. No hay cosa humana que no se vea afectada por la todopoderosa corrección política.

La corrección política triunfa porque tristemente la mayoría de las personas prefieren ser cómodos integrantes de la “mayoría” a ser marcados como disidentes, es decir, lo prefieren a defender consecuentemente sus ideas, o su verdad.

De diferentes estudios psicológicos parece ser que el miedo a la muerte solo rivaliza con el de la desaprobación social, que ya se engloba en coyunturas vinculadas a la seguridad, como la estabilidad en el empleo, o seguridad en las pensiones.

Pese a que aparentemente existe una natural desconfianza hacia la política, los medios de comunicación, los grandes consorcios económicos, estos dos últimos años han demostrado que las personas podemos ser condicionados con rapidez y relativa facilidad para alterar significativamente nuestras pautas de conducta. Sobre todo si hay miedo, no veas cuando se trata de auténtico terror. Cuando el personal está suficientemente asustado aceptamos con pasmosa tranquilidad cualquier sistema autoritario, a cambio de una aparente seguridad. Aunque esa seguridad solo sea una anestesiante ilusión. No solo lo aceptaremos, sino que lo exigiremos.

El hedonismo, el ciego culto al yo, es utilizado por los que tienen la batuta, en una orquestación más similar a un mercadillo de pueblo, que a las grandes estrategias que demanda una sociedad realmente libre. De hecho, cuando nos impregnamos de tal dosis de egoísmo, se establece la inercia, y resulta extremadamente difícil retornar a la normalidad. Si es que eso que denominamos normalidad existió algún día.

Han conseguido que nos apoltronemos en nuestros sofás, ya que son conscientes de que, si haces que la gente se sienta lo suficientemente cómoda, no se rebelará. Pueden mantener sumisos a millones mientras les arrebatan sus derechos, prometiéndoles seguridad, mantenimiento y sobre todo entretenimiento. Es verdaderamente penoso que nos importe más esa sensación de seguridad, que la búsqueda y defensa de la libertad. Somos tan poco consecuentes que prima la apariencia, incluso cuando lo que nos importa no es hacer lo correcto, sino parecer que nos impulsa lo correcto. Hay un axioma que siempre se repite en estas crisis, y es que resulta mucho más fácil engañar a un colectivo, que convencerles de que han sido engañados.

Bueno, aquí estamos y aquí seguimos, lo que ya es un éxito. Siempre en esa minoría absoluta…

Luis Nantón Díaz