IGUALDAD

Tenemos un Ministerio de Igualdad. Dentro de poco también tendremos un Ministerio de la Verdad. Olvidemos las viejas estructuras gubernamentales de Ministerios de Trabajo, Educación, Economía o Sanidad, eso suena a lo de siempre, y como no puede ser de otra forma, funciona como siempre.

Tal y como estamos en la actualidad, el Ministerio de Igualdad, teniendo en cuenta los gigantescos retos a superar, tiene que ser el ministerio más importante y con mayores recursos. Solucionar todas las desigualdades que se han generado en las últimas décadas en nuestra nación, es un reto de colosales magnitudes. No, no teman, no estoy hablando de las discriminaciones que alimentan a los chiringuitos de los partidos, con la munición que diariamente publicitan las poderosas y diferentes minorías, adornado con todos los creativos lenguajes inclusivos que se le ocurran al último desocupado. Hago referencia a las enormes y crecientes desigualdades que sufrimos los españoles de a pie.

Todo lo que se desencadenó, aparentemente en marzo del año pasado, ha dejado en evidencia que sufrimos un aglomerado de taifas, con 17 comunidades con normas y criterios diferentes y arbitrarios, en una especie de competición de quién es el más original, el más atrevido, el más restrictivo… En lo que más se parecen los jerarcas de todos los “politburós regionales”, es en su obsesión por menoscabar derechos y libertades, menospreciar a la ciudadanía y ofrecer resultados casi inapreciables.

Posiblemente lo más directo y funcional sea reorganizar el sistema de comunidades autónomas, pero sería incurrir en la utopía. La utopía es una ficción en la que se describe un mundo aparentemente ideal. Por el contrario, la distopía, es una utopía negativa y terriblemente arriesgada. Los mundos descritos por Orwell en su obra “1984”, por Huxley en “Un Mundo Feliz” o por Ray Bradbury en “Fahrenheit 451”, vaticinan y advierten sobre lo que estamos viviendo en la actualidad, por eso citaba al inicio la próxima creación del Ministerio de la Verdad. En política, es frecuente que los buscadores de utopías, terminen generando monstruosas distopías. Lo dicho, no toquemos mucho el entramado actual, no demos ideas, pero si apostemos por un Ministerio de Igualdad dedicado a los objetivos verdaderamente importantes y necesarios.

Desigualdad es que tengamos diferentes prestaciones sanitarias dependiendo de la comunidad donde se resida, o que incluso sea denegada una prestación o servicio médico, por no ser residente en la comunidad de rigor. Y ya que hablamos de sanitarios, desigualdad es que un excelente médico extremeño, o una enfermera vallisoletana, no tenga las mismas oportunidades para acceder a ocupar una plaza pública por cuestiones de idioma si hay vacantes en Cataluña o Galicia. Y en línea complementaria, que no exista una base de datos común, sino que cada una de las comunidades desarrolla su historia y procedimientos a su aire, rechazando la optimización que supone la homogeneización de datos, programas, códigos y servicios. 

Desigualdad es que los sistemas de cotización a la seguridad social y coberturas para desempleo o la posterior y necesaria pensión, sean diferentes para un autónomo o para un funcionario. No existen cantidades proporcionales y justas, sino que se permiten terribles desigualdades en base a criterios políticos. Algo que fomenta una terrible discriminación, es que los que en la actualidad cotizamos y aportamos en la vacía caja de las pensiones, no vamos a disfrutar de las prestaciones que disfrutan los actuales beneficiarios, que tanto lo trabajaron. Para nada hablo de recortes, en absoluto, es una llamada a la racionalización, a la buena gestión y a la optimización de recursos.

Desigualdad es que sea un reto imposible de superar que una empresa pueda establecerse en diferentes comunidades, salvo que tenga el poder y la capacidad de una multinacional. Los que nos enfrentamos cotidianamente al reto de generar riqueza y empleo creando empresas, sabemos lo que es lidiar con las normativas del gobierno regional, del cabildo, del ayuntamiento, del consorcio de turno, todos ellos diferentes, casi todos contradictorios y con una incontestable obsesión recaudatoria. Pues a imaginar lo que debe ser crear una compañía en otra comunidad. Lo mismo, para la base de la economía nacional, que son los trabajadores autónomos, pero estos con menos recursos todavía, a nivel local y con mayor impotencia y presión fiscal.

Desigualdad es que dependiendo de la Comunidad Autónoma de residencia del sufrido contribuyente  se queden con tu herencia, fruto del trabajo de tus padres,  y en otras tengan un régimen fiscal menos gravoso, y que todavía te permite conservar el legado, además de la injusticia mayúscula que supone pagar impuesto por la simple transmisión vía herencia, cuando la misma seguirá tributando, como ya venía haciéndolo previamente. Lo mismo ocurre con sistemas de deducciones o fórmulas de desgravación a la hora de liquidar impuestos. Y, en sentido inverso, pasa exactamente igual con las enormes diferencias que genera la discriminación positiva o negativa para becas, oposiciones, ayudas al emprendimiento o subvenciones. Ya no hablo de la lacra de las políticas identitarias que tanta desigualdad generan, sino de las diferentes políticas existentes dependiendo de donde vivas. Casi una veintena de grupos normativos para una única nación.

Desigualdad es la que se genera con un sistema educativo totalmente parcelado por los gobiernos regionales, donde se pretende contaminar ideológicamente a los niños, a los jóvenes, con una educación sesgada y partidista. El Ministerio de Igualdad de lo que realmente debe preocuparse es de que todo el alumnado sea protegido de las lacras del revanchismo, nacionalismos de nuevo cuño e ínfulas sectarias. En educación, que es el área más importante para nuestro incierto futuro, es fundamental que existan las mismas notas de corte y pertinentes pruebas en todas las comunidades para el acceso a la universidad.

Desigualdad es que se elimine el sagrado principio de la presunción de inocencia por el mero hecho de nacer hombre. No es justo, ni adecuado, que un mismo hecho delictivo tenga diferentes tipificaciones por cuestiones de género. La excusa de un mal entendido “empoderamiento”  no debe justificar la actitud despreocupada de ningún gobierno ante la tasa de suicidios en los hombres que es muy superior al de las mujeres, en una progresión geométrica que no para de aumentar. O que el 95% de los accidentes laborales mortales los sufran los hombres. Hay que dedicarse a subsanar y corregir todas las desigualdades, y no solo las que venden en los medios, o simple y llanamente “capta votos”.

La igualdad es lo contrario de la identidad. Y si existe la personalidad es porque existen distintos planos de identidades, de la misma forma que si existe personalidad es porque no somos granitos de arena. La igualdad tal y como está entendida en la actualidad es limitante y restrictiva. Nos quieren iguales, pero iguales a la hora de producir, tributar y siempre impregnados de una castrante ausencia de espíritu crítico. En la naturaleza no hay igualdad, lo que existe es la más libre diferenciación. Sí al Ministerio de Igualdad, pero para eliminar las innumerables discriminaciones que sufrimos la mayoría de los españoles.