Cumplimos este 2017 el primer centenario de la finalización de una obra verdaderamente impactante, de fáusticas dimensiones, como categóricamente es «La decadencia de Occidente”, del  siempre controvertido Oswald Spengler.  Tras secar la tinta, el primer volumen se edito en 1918 y el segundo en 1923. Representante principal de la Revolución Conservadora alemana junto a Schmitt y Jünger, Spengler es erudito primordial de nuestro tiempo, necesario eje para cualquier aventura intelectual europea; por eso su nombre es denostado en los medios académicos y se le condena a un olvido que espero tenga sus días contados.  Spengler influenció notablemente a otro “maldito” de la cultura occidental como fue Francis Parker Yockey, quien creó la revitalizante obra “Imperium. La filosofía de la historia y la política” como una especie de continuación al sistema analógico empleado por el primero.

Si pudiéramos desgajar un mensaje primordial, me permitiría sugerir el siguiente: Todas las culturas obedecen a las mismas leyes orgánicas del crecimiento y de la decadencia. El espectáculo del pasado nos informa, pues, sobre lo que todavía no ha sucedido. Spengler observo que Occidente avanzaba hacia la disolución del Estado y hacia la globalización de la servidumbre proletaria a los poderes económicos, en la que los diferentes gobiernos se someterían “al mandato silencioso” del dinero. Spengler fue el primero en criticar un capitalismo salvaje fomentado por el dominio anglosajón y un naciente internacionalismo. Intento oponer al ansia desmedida de rapiña,  el idílico concepto de Estado de Prusia, donde la propiedad privada no es el botín del individuo irresponsable, sino una cesión puntual de la sociedad. De hecho se convirtió en el creador de un revolucionario concepto: el socialismo prusiano. No existe la lucha de clases, sino una forma de organización en la que todos los elementos de la sociedad se subordinan a un fin más alto, la política. Un socialismo de la comunidad y para la comunidad,  estructurado en un concepto ético del trabajo, la disciplina y la jerarquía orgánica como objetivos opuestos al dinero.

Los conocimientos enciclopédicos de Oswald Spengler abarcan infinidad de disciplinas. La visión “lineal” de la Historia debe ser abandonada a favor de una visión cíclica. Hasta ahora la Historia, y en especial la de Occidente, ha sido considerada como una progresión lineal de lo bajo hacia lo alto, a modo de peldaños de una escalera, llevando hacia una progreso ilimitado. Las culturas existen de modo autónomo y pueden influirse parcialmente, pero en lo sustancial son irreductibles, inasimilables las unas por las otras .De este modo, la Historia de Occidente termina siendo considerada como un desarrollo progresivo, lo cual fue enfatizado por el marxismo. El presentar su apuesta por el ir y venir de lo cíclico, le obligo a estudiar en profundidad todas las culturas conocidas, y sus diferentes etapas que segrego en una óctuple clasificación: la índica, la babilónica, la egipcia, la china, la mexicana (maya y azteca), la árabe (o mágica), la clásica (roma y grecia) y la europeo-occidental.

El máximo símbolo de la cultura es el alma fáustica, que determina la tendencia a ascender y a tratar de alcanzar nada menos que lo ilimitado, el infinito. Al final hablamos desde un enérgico idealismo que necesita recurrir al símbolo de lo trágico, porque se intenta alcanzar lo que intuimos es inalcanzable. Gran ejemplo de lo que intentamos expresar es la arquitectura gótica; muy en especial en el interior de las catedrales góticas con sus líneas verticales y su aparente ausencia de limite.
El símbolo es el axis mundi, el eje primordial que lo impregna todo en la cultura y se manifiesta en el arte, en la ciencia, en la tecnología y en la política. Cada espíritu cultural se expresa especialmente en su arte y cada cultura tiene la forma de arte que mejor representa su propio símbolo. La cultura clásica se expresó principalmente en la escultura y en el drama. En la cultura occidental – después de la arquitectura de la época gótica – la gran forma representativa fue la música que es, de hecho, la expresión más perfecta del alma fáustica ya que trasciende los límites de lo visible.

Resultan muy curiosas las menciones a la misión religiosa de la España imperial, donde personalizando en la figura del rey-emperador, se aglutina la estrategia defensiva, y filosofía de trabajo de dos siglos de nuestra historia. Algo nada desdeñable a mi parecer. De ahí obtenemos lo de mitad monje y mitad soldado, que cimentado en setecientos años de constante lucha, germino en el imperio de los Habsburgo. Una vez más se postergo el interés individual y se consagraron a una concepción comunitaria y jerárquica de la existencia.
Utilizando las mismas palabras de Spengler, terminamos con un buen ejemplo de lo expuesto: «Hemos nacido en este tiempo y debemos recorrer el camino hasta el final. No hay otro. Es nuestro deber permanecer sin esperanza de salvación en el puesto ya perdido. Permanecer como aquel soldado romano cuyo esqueleto se ha encontrado delante de una puerta en Pompeya que murió porque al estallar la erupción del Vesubio nadie se acordó de licenciarlo. Eso es grandeza. Eso es tener raza. Ese honroso final es lo único que no se le puede quitar al hombre.»

Luis Nantón