SUEÑO PARA UNOS, PESADILLA PARA OTROS
Siempre valoramos la lectura, como la mejor puerta para una adecuada formación que permita y promueva la vida en plena libertad. El conocimiento y la cultura te permiten, en gran medida, la posibilidad de comparar, y cuando puedes ejercer el derecho a comparar, puedes elegir, y si juegas con la opción de elegir, es que eres un ser libre. Al menos en potencia.
Los libros son una puerta abierta para la inspiración. Tienes tantas cosas que decirnos y enseñarnos. Además, y sobre todo en nuestra juventud, los textos nos enseñan e impulsan a soñar. En ocasiones pienso que ahora los jóvenes y los niños, no sueñan tanto como antaño, al verse limitados por las virtuales recreaciones de juegos on line, o de dominadoras televisiones. Son creaciones, que desvirtuadas de su original utilidad, se han convertido en devoradores de sueños e ilusiones en su propia raíz. En el siglo XXI los sueños vienen enlatados, tienen fecha y sobre todo muy limitada caducidad.
La vida es elección, y de igual manera que esculpimos nuestro día a día, de igual manera que forjamos nuestro carácter, también elegimos nuestros sueños. ¿Pero elegimos nuestras pesadillas? ¿Elegimos a nuestros terrores más internos?……
Recuerdo cuando visitando la biblioteca de la Universidad de Miskatonic en Arkham (EE.UU) , de forma sorpresiva, tuve un privilegiado contacto con la obra del viejo árabe loco Abdul Alhazred, quien antes de fallecer 116 años tras la Hégira, compendió el Kitab Al-Azif, que podríamos traducir “el rumor de los insectos en la noche”. La muerte de Abdul Alhazred fue tan misteriosa, como el conjunto de textos mágicos, sortilegios y revelaciones que entrañan sus caóticas paginas.
Fue necesario recurrir a la ayuda del longevo bibliotecario, quien me explico que del árabe, fue traducido sobre el año 950 al griego por Theodorus Philetas, alterando su nombre, el que hoy ostenta con terrible y creciente fama: el Necronomicon.
«Que no está muerto lo que yace eternamente, y con los eones extraños incluso la muerte puede morir…»
¡Que extrañas palabras!. Ediciones diversas, prohibiciones, quemas y persecuciones han jalonado la extraña existencia de este complejo texto. El Libro Negro se divide en cuatro partes delicadamente separadas: la primera recopila 42 capítulos y relata las grandezas de los Primigenios y sus legiones y narra el esplendor de los Dioses;  en la segunda parte, de casi veinte capítulos habla sobre lo acontecido en el año de la caída y muerte del temido Nyarlathotep, en  la tercera, parcelada en 36 extensos capítulos, describe sobre la magia, de sus rituales, y arcanos secretos; por último, la cuarta parte, que no está dividida en capítulos, «detalla lo revelado en el Libro del Destino, que advierte sobre la venida de la sagrada Orden.
Sin duda alguna el Necronomicon nos abre una puerta a lo más interior de nosotros mismos.
Vamos a corporizar lo que nos asusta, eso que está en nuestro interior, pero que patéticamente pensamos que esta fuera como una sombra,  como un residuo psíquico producido por traumas o imposibilidades personales de cualquier tipo. Las sombras más grandes las generan aquellos problemas relacionados con los más grandes tabúes. A mayor tabú, mayor sombra.
Esto puede explicarse mejor diciendo que, por naturaleza intrínseca, incluso diría por genética, uno puede desarrollar un anhelo, un deseo, el cual, según va avanzando su vida, no sólo no puede desarrollar sino que todos los parámetros externos (sociales, económicos, etc.) impidan su realización. Estos anhelos pueden ser incluso inconscientes. Y aquí influyen mucho los sueños para llegar a conocerlos.
Puede la sombra verse alimentada por instintos, conscientes o inconscientes, adquiridos de forma casi refleja en ambientes íntimos o familiares.
Todos estos asuntos, que normalmente coinciden con ideas penalizadas bajo la forma del pecado, se ven por ello mismo tremendamente aumentados en el individuo, con lo que la sombra se agiganta de forma descomunal.
El individuo que se encamina, adquiriendo conciencia, debe “hacer borrón y cuenta nueva” con muchas de sus antiguas concepciones, aunque aparentemente continúe en ellas. “Aquel que ha llegado al camino del Camino puede, sin duda, vivir y actuar todavía en sus antiguas ataduras: de hecho estará ya liberado de ellas” (Dürckheim, El Maestro interior). Pero habrá tenido que enfrentarse a ese escudo interior reflejo de su propia personalidad: la sombra. “El Camino en el que el hombre busca la gran transparencia, oculta la suma de toda una vida reprimida que aspira a manifestarse: la sombra” (Op.cit.).
Quien se plantea el problema de la sombra y consigue encontrarse con ella, ya puede decirse que ha tenido mucha suerte. Es como ir en búsqueda del dragón y conseguir encontrar su guarida. El primer reto, pues, es encontrarlo. Después, vencerlo. Y es aquí en donde debe el guerrero encontrar la clave de su victoria. Si pretende eliminarlo, erradicarlo violentamente, no lo conseguirá, será vencido por el dragón. La sombra puede matarte.
Si alguien fue un maestro de la sombra, o de las sombras que nos aterrorizan, sin duda fue el genio de Howard Phillips Lovecraft, del que en este mes de Agosto de 2.015, celebramos el 125 aniversario de su nacimiento. Sus relatos de horror cósmico han velado las noches de varias generaciones, sin grandes ruidos, sin brutales escenificaciones, pero embriagándote, envolviéndote lentamente en una sombra existencial. Sirvan estas líneas, y la torticera referencia a su Necronomicon, para felicitar a Lovecraft, y por qué no, a su viejo árabe loco.
Luis Nantón