Pedro Sánchez va a pasar a la historia por el churro de país que nos va a dejar, y cuando acabe su tiempo proclamaremos que no fue un mal mandatario. Su legado será un ensayo general de lo que nunca debimos permitir.
El problema no es su Sanchidad sino el sistema. No es sólo que estemos en manos de unos “adictos al poder”, sino que se han “zampado” la separación de poderes, vomitando una chapuza permanente que normaliza todo tipo de abusos. El actual sátrapa de la Moncloa no es el que diseñó la colonización de las instituciones, porque esa práctica totalitaria ya la ejercían, mejor o peor, las siglas de toda la vida.
Los rojos y azules de siempre, los trileros de una obra de teatro que dura cincuenta años, no aportan ninguna solución. No pueden, porque son el problema. Es de mentecatos dejarse llevar como un aburrido péndulo, dejándote engañar sucesivamente por unos y por otros. Son los mismos incapaces, son los mismos titiriteros que embargan nuestras ilusiones e hipotecan el futuro. Su Sanchidad le ha dado mayor energía a este experimento que es la política actual, a base de dividir a la ciudadanía, convertirse en un empresario de la desinformación, y entretenernos en una permanente trifulca.
A su Sanchidad le da igual todo, salvo mantenerse en el poder. Por eso continúa maniobrando en este experimento en el que se ha transformado la política española. Todo a base de unos pactos imposibles, negociando con los que quieren enterrarnos y con una ciega fe en que el personal lo aguanta todo. Un experimento sin consensos, sin presupuestos, sin resultados y sin vergüenza.
Gracias a él, aprendimos aunque con dolor: que un Gobierno puede sobrevivir eternamente de prórrogas, que un fiscal puede ser independiente, aunque lo nombren ellos, y que la mejor estrategia es sencillamente carecer de la misma. Su Sanchidad no gobernó España, la llevó al límite, como esos sargentos chusqueros que se jactan de que el sufrimiento templa el carácter. Y tanto que lo hizo. Gracias a nuestro amado líder, el personal habla de separación de poderes, como si fuésemos Catedráticos de Derecho Constitucional.
Hasta el límite, hasta el infinito y más allá. Mientras se jacta de que España nunca ha estado tan “bien”, prosigue con el inaudito acoso al poder judicial o el desprecio al Parlamento. Y no olvidemos que nuestro amado líder no fue el primero en inundar la Cámara con exasperantes decretos-leyes. Todos estos del rosco multicolor de la agenda 2030, son los que han propiciado un sistema que se ha convertido en el problema. No son los líderes, es la propia estructura, el propio sistema. Por todo lo expuesto hay que crear el “Día de su Sanchidad” para rememorar eternamente el momento en el que nos percatamos de todo lo que debemos reformar para que no vuelva a suceder.
Mafiosos que pactan con delincuentes amnistías e indultos, depauperando un sistema judicial que renuncia a su autonomía e independencia. La instrumentación de las instituciones para el interés del gobierno y su presidente han alcanzado un nivel que se acerca al paroxismo. Un gobierno que promueve las redes clientelares y la dependencia. Que no pretende ciudadanos, sino súbditos anestesiados por una burda cultura del ocio.
Nos llevan al límite. Los salarios son los mismos que hace 25 años. Hemos perdido poder adquisitivo, no podemos ni comprar ni alquilar un piso. El mercado de trabajo da miedo y la mayor actividad económica que te permite el sistema, es que disfrutes de un pincho de tortilla el fin de semana. Nada para emprender, para crear, para progresar. Al límite. Su Sanchidad no reformó la constitución, pero la estiró hasta que la convirtió en un triste papelote. No potenció los contrapesos, pero los hizo visibles. Y pese a que ha insistido hasta la locura, no alteró las reglas, dejándonos claro que, si no las cambiamos, ellas acabarán cambiándonos a nosotros.
Realmente lo más ilusionante de la España de su Sanchidad es la ingente cantidad de trabajo que va a ser necesario para recomponer todo lo que ha desbaratado en estos siete años. No se trata de que se vaya, sino de tener clara la necesidad de imponer un cambio de régimen, un cambio de sistema. Necesitamos una total regeneración que devuelva la decencia a las instituciones. Esto implica liberarnos de la dictadura de unos partidos, y sus funcionarios, que están absolutamente desconectados de una sociedad que no representan.
Por eso no podemos normalizar el gobernar, año tras año, sin presupuestos. No debemos acosar permanentemente al poder judicial ni convertir al Constitucional en una oficina gubernamental. No es lícito polarizar a los españoles ni destruir la clase media. Es necesario apostar por nuestro sector productivo, creando empleo de calidad y priorizando inversiones que sustenten nuestro futuro.
Por eso su Sanchidad deja tras de sí un luminoso legado, porque nos está enseñando todo lo que no hay que hacer, si realmente pretendes un país mejor. No podemos ser injustos negándole el lugar que merece. Porque pudiera parecer que ha destruido, pero no es así. Nos está enseñando el camino, para que podamos darnos cuenta de que el problema no son los líderes que ocupan las portadas, sino un sistema artificial desconectado de las necesidades de su gente.
Ha transcurrido mucho tiempo, llevamos ya medio siglo de partitocracia. La obsesión del Gran Timonel por el poder es finalmente una palada de tierra más, sobre un sistema caduco, que ha demostrado hasta la saciedad que es injusto e ineficaz.
Luis Nantón Díaz
AL LÍMITE
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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