Hace unos días, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, nos “ha regalado” su discurso sobre el Estado de la Unión, el primero desde el inicio de la nueva legislatura europea 2024–2029. Muy en su línea, apostó por un tono triunfalista cargado de promesas a largo plazo, de imposible ejecución y cifras demencialmente infladas. De lo que no ha comentado nada, en su patético mitin, es de precariedad social, progresivo empobrecimiento de las clases medias y el creciente y contrastado hartazgo de la ciudadanía.

En palabras del eurodiputado Buxade, von der Leyen ha vuelto a exhibir un modelo agotado que excluye a millones de europeos: “un discurso arrogante, mesiánico y bunkerizado, totalmente al margen de la realidad”. Durante su intervención en la Eurocámara, la presidenta ha dedicado su tiempo a defender el gasto militar, el ejército europeo y nuevas ampliaciones de la UE sin precisar condiciones, ni integrantes. Cuando esta mujer promueve tanto el ejército europeo, a lo mejor, solo a lo mejor, es para protegerse de los gobernados que no perciben su excelencia. Lo que ha dejado claro es que usurpa competencias que corresponden a los Estados miembros, cosa que le parece justificada. De hecho, afirmó que era necesario limitar las competencias nacionales, apostando por mayor poder para una poderosa comisión a la que nadie ha votado y que todo lo fagocita.

Como todos los lobos disfrazados de lindas ovejitas, ha comentado su sincera preocupación por los bulos y la desinformación. A medida que aumenta la incredulidad de los ciudadanos, el lógico fastidio del personal, más hablan los totalitarios e incompetentes de bulos y fango. Lo que más desean es aumentar la censura, en la misma medida que aumentan las subvenciones a sus obedientes palmeros en los medios domesticados.

Expresó la ínclita señora, especial preocupación por la desinformación en materia de salud. A lo mejor por los multimillonarios contratos entre las farmacéuticas y la comisión, que se niegan a publicar, pese a alcanzar cifras verdaderamente astronómicas. En su discurso anual sobre el Estado de la Unión, ha advertido de que estamos «en el principio, sino incluso en el comienzo, de otra crisis sanitaria global» y ha señalado que la Unión Europea impulsará una Iniciativa de Resiliencia de Salud Global. Pues nada, una nueva oportunidad para complacer a la todopoderosa industria farmacéutica, y dar rienda suelta a todo tipo de limitaciones a la libertad, en nombre de lo que ellos entienden por salud.

Como no podía ser de otra forma, no se salen del ajustado guión de la agenda 2030, esa panacea universal que nos lo arrebata todo, pero nos va a hacer más felices. Von der Leyen defiende el euro digital y el Pacto Verde en un discurso triunfalista alejado de los problemas reales de los europeos. Mientras inteligencia y juventud continúan su huida, Von der Leyen anuncia la creación de varias fábricas de inteligencia artificial, una estrategia europea de computación cuántica con más de 10 mil millones de euros de presupuesto y otro de esos polvos mágicos InvestAI por un montante de 200.000 millones. Perdón, quise escribir “fondos mágicos”.

La plenipotenciaria comisión no se apea del burro del euro digital como solución tecnológica para el futuro financiero del continente. Al menos para el cómodo futuro de sus dignatarios y su soviético control. Ha afirmado que «pondrá las cosas más fáciles», pero no comenta que no consideran necesario consultar a los ciudadanos. Temas candentes como privacidad, libertad económica o vigilancia estatal, les parecen cuestiones secundarias y de escasa importancia.

Mientras continúan destruyendo al sector agrario y ganadero europeo, los sicarios de la comisión europea reiteran su adhesión al Pacto Verde, anunciando un Banco de Descarbonización Industrial dotado con 100.000 millones y promesas de ahorro energético que alcanzarían los 260.000 millones anuales en 2040. Sin embargo, los hogares europeos siguen sufriendo precios energéticos desorbitados mientras compramos gas norteamericano al doble de coste, mientras el diferencial lo soportan las familias y las industrias europeas.

El sector del automóvil, que no para de presentar creciente oposición al “monopolio eléctrico” y su subvencionada producción, continúa en retroceso. Eso sí, la buena señora  ha prometido colaborar con la industria para producir vehículos europeos, «pequeños y asequibles», frente al empuje chino. No obstante, y siempre en su línea, no ha ofrecido cifras ni medidas concretas.

Los de Bruselas deben de ser unos tipos extremadamente listos, dado que confirman que el mercado de la vivienda está tensionado en toda la Unión. Desde 2015, los precios de la vivienda han subido un 20% y los alquileres un 50%, mientras las licencias para edificación han caído un 20 % en cuatro años. La Comisión ha constatado esta crisis, pero no ha ofrecido soluciones reales ni partidas presupuestarias. Se percatan, menos mal, que «los estudiantes no pueden pagar el alquiler» y ha anunciado una cumbre sobre vivienda y un plan europeo de vivienda asequible. Lo más divertido, es que la vivienda es una de las pocas cosas donde no tienen ni competencias. Ni competencias, ni ganas.

Como decíamos antes, les preocupa, les preocupa sobremanera lo que denominan desinformación. No es solo nuestra Sanchidad, quien se pone nervioso ante medios independientes, o personas con espíritu crítico. Todos los liberticidas adolecen de los mismos síntomas. Von der Leyen ha prometido, muy poéticamente, proteger las «libertades de orar, votar, decidir y amar», pero ha aprovechado para anunciar más control sobre la prensa y las plataformas digitales. Se queja la presidente que «los medios tradicionales se han quedado desiertos de noticias» y ha presentado un programa para financiar medios «independientes», con fondos públicos y capital privado, lo que es una invitación a sus ministerios de la verdad y sus máquinas para generar y mantener relatos.

El discurso de la zarina Von der Leyen pinta una Europa inexistente: más innovadora, más verde, más libre. Pero la realidad ha demostrado lo contrario: la vieja Europa está demencialmente endeudada, con mayor presión fiscal, más desigualdades, fronteras abiertas sin control, agricultores y ganaderos traicionados  y jóvenes abandonados sin acceso a vivienda o empleo decente. Orwell estaría estupefacto ante la hipocresía y el cinismo totalitario de la Comisión Europea. Esta gente no quiere un escudo para defender su democracia sino un búnker para defender sus privilegios y su impunidad, y una prisión para los europeos para que no los echen a patadas.

Luis Nantón Díaz