El conocido empresario e inversor estadounidense Joshua Stylman acaba de editar una nueva y polémica obra: “El esclavo moderno”. Lo primero que me llamó la atención en su reseña editorial fue la frase: «La mejor manera de evitar que un prisionero se escape es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión». Fyodor Dostoyevsky. La frase es para recordar, pero no es del autor ruso, sino de una novela de ciencia ficción de Jack y Karen Harper.
Stylman nos describe paso a paso como es la nueva esclavitud, como se forjan las nuevas cadenas, con eslabones que no aparentan ser invasivos, porque son invisibles. La esclavitud histórica pivota sobre la amenaza y la coerción. La autoridad de los amos siempre queda patente, es visible, directa y en ocasiones puede ser violenta. Está muy claro cuál va a ser la consecuencia de la resistencia y el peligro que supone una sublevación; el enemigo está identificado.
En cambio, la esclavitud moderna es de “guante blanco”. Con la esclavitud histórica nos referimos a las propiedades del amo, en la esclavitud moderna podemos llamarlos votantes o consumidores. Los siervos de toda la vida son controlados a través del miedo; los vasallos modernos a través de la comodidad y el ocio. En épocas pasadas se mantenía ignorantes a los oprimidos, pero los esclavos modernos son abrumados por ingente información, totalmente elaborada, que define anticipadamente sus conclusiones.
Se acaba de anunciar una multa de 120 millones que la Comisión Europea acaba de imponer a la red social X. El equipo de explotadores totalitarios de la Von der Leyen no cesan en su objetivo de controlar las redes de información. De hecho, su Sanchidad y su fábrica de bulos, es un alumno más que aventajado. Tan aventajado como disciplinado. La Comisión Europea utiliza la DSA, su paranoica normativa de control, para reprimir a quien no repite su propaganda. Intentan combatir el esfuerzo ciudadano para opinar libremente. Bruselas ha convertido la regulación digital en un mecanismo de censura previa y control político.
Los que no estamos conformes con el rol de esclavo moderno, tenemos que enfrentarnos a esas pulsiones totalitarias de Bruselas. Europa no puede ser una unión de comisarios vigilando el pensamiento que disiente. La DSA es un arma política que la comisión está utilizando por miedo a la voz de cada vez más europeos que defienden su libertad.
Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, cada día resulta menos distópica y nos acerca a un mundo impregnado de la agenda 2030 y sus adictos al poder. El orden se mantiene gracias al consumo, al sexo sin apego y a una droga llamada soma que disuelve cualquier malestar. El Estado todopoderoso ha logrado la estabilidad a costa del alma humana. “El esclavo moderno” de Stylman actualiza los parámetros de Huxley. Es la misma operativa de una tiranía basada en el placer: un mundo donde la gente no es oprimida, sino entretenida hasta perder la conciencia de su propia esclavitud.
Son estrategias diferentes para obtener el mismo fin. El dueño de la plantación de algodón nunca convenció a sus esclavos de que las cadenas eran joyas, pero los actuales productores nos hemos convencido de que la vigilancia es la seguridad, que la deuda es prosperidad, que el control algorítmico es empoderamiento. La genialidad está en hacer que la obediencia se sienta voluntaria mientras se vuelve prácticamente imposible resistir.
Los prisioneros del pasado generaban costes directos, ya que era necesario proteger, albergar y dar de comer a la tropa. En cambio los cautivos modernos somos menos costosos porque pagamos nosotros mismos los dispositivos de control y monitoreo, competimos con ilusión por cargarnos de cadenas y nos mostramos furibundos cuando alguien osa decirnos que no somos libres. Por eso Stylman se muere de risa, recordándonos que mostramos con orgullo como el impertinente reloj nos recuerda que debemos levantarnos de la silla, o beber agua. Nos mostramos infantilmente agradecidos cuando la IA nos escribe un correo electrónico ella solita o nos muestra lo que debemos opinar sobre cualquier tema.
Cada día decidimos menos, pensamos menos, hasta para llegar a nuestro destino cedemos el control al Google Maps. Nos hemos rendido y desarmado frente a unos ideologizados algoritmos que depuran nuestras noticias, seleccionan nuestro entretenimiento o nos aconsejan sobre quien tiene que ser nuestra pareja. Si hay que salir a aplaudir a una hora determinada al balcón, mientras nos encierran, pues se hace. Eso sí, todo voluntaria y felizmente.
Cierto es que actualmente disfrutamos de un bienestar material innegable, pero esto no es irreconciliable con evitar la muerte espiritual; con el mantenimiento del carácter, la opinión y el libre albedrío. La sofisticación del control moderno radica precisamente en mantener la obediencia a través de la comodidad en lugar del sufrimiento. Una jaula de oro sigue siendo una jaula, y un esclavo satisfecho sigue siendo un esclavo.
Las cadenas que nos someten son terribles. Monitoreo con Inteligencia Artificial para evaluar permanentemente la fiabilidad y rendimiento de los empleados. Los sistemas de pago biométrico o moneda digital nos dejan indefensos ante cualquier medida coercitiva de un estado totalitario. Ciudades de 15 minutos o implantación de sistemas de crédito social, primas de seguros vinculadas al uso de dispositivos portátiles y a la monitorización del estilo de vida, sistemas obligatorios de identidad digital para acceder a servicios básicos, que exigirán escaneos faciales y huellas digitales para acceder a internet.
Propuestas paroxísticas como la del Reino Unido, país donde hay miles de detenidos al año por delitos de opinión, para restringir los viajes de todo tipo con los Pasaportes de Carbono. Tu saldo de crédito social no te encierra en la cárcel; simplemente te vuelve “no elegible” para un empleo. Tu pasaporte de vacunas no te retiene físicamente; simplemente te impide participar en la sociedad. Tu cartera de MDBC´s no te encadena; simplemente hace que tu dinero caduque si exhibes un comportamiento no aprobado.
Hemos estado condicionados a amar nuestras jaulas tan a fondo que cuestionarlas se percibe como una locura. Es hora de empezar a enfrentarnos a los planes de tanto iluminado, para despertar al futuro. Y no, no es una locura.
Luis Nantón Díaz
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SIEMPRE APRENDIENDO
Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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