Escribo estas líneas en honor del prolífico y valiente periodista Manuel Valera, que incansablemente nos regala sus pensamientos en Nautilus. Considero a Valera, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, un escritor, un polemista y un libre pensador. Pero, sobre todo, un soplo de aire puro en un ambiente tan constreñido y falto de libertad, como la subvencionada cultura actual.

Qué mejor homenaje que comentar sus últimas reflexiones sobre la división como elemento de control, sobre los políticos o sobre la paz. Siempre genera una creativa perspectiva que impulsa la introspección. Una de las herramientas para combatir una sociedad narcotizada, es pensar…sólo pensar. El espíritu crítico, el mero hecho de comparar, es lo más cercano que podemos experimentar a la libertad.

En su artículo “La Gran Zanja” nos explica los abismos que potencia el poder para dividir y atomizar a los pueblos. Nosotros nos llamamos ciudadanos, ellos nos denominan rebaño. Cuanto más se estrechan las cadenas, más intrincadas resultan las segregaciones siguientes, siempre diseñadas desde arriba, desde el poder. Explica que la mejor herramienta, después de dividir, es enfrentar a los establos, a los grupos: “Enfréntalos entre sí y siéntate a ver cómo se zurran mientras nos aprovechamos de ellos hasta la extenuación. A esta categoría pertenecen las divisiones izquierda/derecha, mujer/hombre, joven/viejo o los regionalismos atomizantes tomados del siglo XIX y actualizados por el globalismo desde hace algunas décadas”.

El motivo de enfrentamiento no es importante, aparecen espontáneamente de forma recurrente: clase social, edad, lugar de nacimiento, género, equipo de fútbol, artista preferido… cualquier diferencia se sustancia para determinar esos muros tan convenientes como irreales que necesita el poder. Después de cavar la zanja, te quedas fuera, cómodamente sentado y contemplando el espectáculo, mientras los encadenas con insufribles impuestos y los anestesias con un ocio tan patético, como absorbente. La afirmación de Valera es tajante: “No se quejan. Cuanto más les aprietas, más se enconan entre sí, echándose a sí mismos la culpa de todo cuanto se les hace”.

Lo más significativo de su análisis, es la evolución de esa zanja, que a partir de la locura del 2020, se transforma en trinchera. Cuando el enfrentamiento genera una creciente polarización: “A un lado de la zanja, los asqueados, los que ya no aceptan el discurso izquierda-derecha, los que no irán a la urna jamás, más que a reventarla, los que se devanan los sesos para evitar que los políticos sigan robándoles, los que miran al cielo con estupor ante lo que ven, los que desconfían del sistema sanitario, educativo, político, institucional… Al otro lado, los que aún se levantan pensando que el Estado los cuida, y que si se da alguna anomalía es algo puntual, corregible, o que ha ocurrido porque “gobiernan los otros y no los míos”.

Las distancias se incrementan, y como en todo final de ciclo, la velocidad de los acontecimientos se acelera. Si escuchas a la gente, tiendes a pensar que tienes una percepción desmesurada, pero el día a día te confirma que no. Hay ignorancia, adiestramiento, pauperización, aletargamiento…la frase que más escuchas es que “no se puede hacer nada”. A diferencia de los esclavos de la antigüedad, desconocemos que estamos aherrojados a una realidad que no es tal, que nos oprime y subyuga.

Valera incluso hace una referencia a la inversión de los papeles, en unos actores que son los de siempre, pero con ropajes diferentes: “El término antisistema, antes, evocaba la figura caricaturesca de un tipo extremista, de dudosa higiene, pelos de colores y poca cabeza. Paradójicamente, esa estética define ahora al ultra defensor del sistema, mientras que el anti es un señor culto, conocedor, independiente y formado –sobre todo, autoformado- liberado de las cadenas mentales impuestas por el propio poder”.

Nuestro protagonista destina otra columna a instruirnos sobre los mandatarios, grotescos protagonistas de esta película que nos ha tocado desentrañar: “El mandatario no manda: es mandado. Pero hay que recordarlo, porque tienden a hacer que se nos pase por alto la distinción. Mandatario contiene un prestigio en el tono del que carece mandado. «Tú eres un mandado», se espeta, queriendo significar la nula voluntad del actuante, mera correa de transmisión de quien realmente manda. Y ése es el quid de la cuestión: quién manda. Pero no quién manda en España, Portugal, Marruecos o la China. Quién manda en el mundo. Cada vez se repite más esta cuestión. Cada vez se hace en voz más alta esta pregunta. Y es porque ya ha quedado patente, percibido sin lugar a dudas, que los rostros que aparecen sobre las tribunas de Congresos, Senados y palacios presidenciales no mandan nada. Están puestos ahí por otros, que son quienes realmente dirigen. Dirigente sí es un término justo”.

Sus explicaciones nos ayudan a entender que ni Sánchez, ni Macron, ni Von der Leyen, ni ningún Borbón o Windsor, ni Trump, ni Putin, ni Xi Jinping, ni ninguno, pintan nada. Son otros actores, mucho más molestos e impertinentes, que también están ejecutando un papel en la obra. Pero no son los que realmente mandan, no son los que diseñan estrategias, no son los que imponen las reglas del juego. A veces pienso que es simplemente la ley de la entropía, el desorden que tiende a dominar el sistema. Continúan vendiéndonos esta tontería del progreso lineal y constante, pero los ciclos transcurren velozmente por la inversión de los valores.

Pero terminemos el alegato con una reivindicación. Sí se pueden hacer cosas, sí se pueden pensar cosas. Y que no nos entretengan con una difusa búsqueda de la felicidad. Nuestro preclaro autor lo deja claro. “Aprecio pocas ventajas en la tarea de salir a buscar la felicidad, como un Indiana Jones escarbando en pos del Arca. Mejor la paz del felino, sosegado, acumulando energía, siempre listo para el zarpazo, para el verso justo, la palabra oportuna, la acción más hermosa, el abrazo fuerte, el beso vivo. A fin de cuentas, antes de irse, lo que deja Cristo a los apóstoles es su paz, no su felicidad”.

Admitir que “el Estado nos cuida” es una mentira, deja las cosas claras. Gracias Manuel Valera. La lucidez aporta paz, mucha paz. 

Luis Nantón Díaz