Hoy sábado, disfrutaremos de la noche más larga del año, la noche del solsticio de invierno. Nuestro planeta gira alrededor del sol en una órbita elíptica que hace que una vez al año se encuentre en el punto más alejado de nuestra estrella. Una vez superada esa jornada, emprende el camino inverso abandonando la oscuridad camino de la luz. Desde el albor de los tiempos, el hombre contempla el cielo buscando respuestas a las tribulaciones que atenazan su espíritu. En esta noche está el origen de nuestra Navidad. Una fiesta que el cristianismo mantuvo y finalmente dotó de un nuevo significado. 

Déjenme que les hable de un asentamiento humano que los arqueólogos han constatado que existía hace ya cinco mil años al sureste de Londres. Estaba situado en el condado de Wiltshire, cerca de lo que hoy es la localidad de Amesbury. Sus habitantes construyeron un enorme complejo a base de grandes bloques de rocas que forman cuatro circunferencias concéntricas. Es el conjunto megalítico de Stonehenge que formaba parte de un complejo mayor con avenidas ceremoniales y otros círculos de piedras. Todo indica que fue un área de enterramientos de personas de elevado rango, pero también una zona dedicada a la observación astronómica. La disposición de las grandes rocas erguidas no es azarosa. Durante el solsticio de invierno, el sol se alinea con el centro de las rocas más altas, después de dormir en la noche más larga del año. Resulta fascinante que hace cinco mil años los hombres fueran conscientes del momento en el que el sol se encontraba en el punto más alejado de su órbita. En Stonehenge construyeron una puerta para que el sol entrara y trajera con él la promesa de la primavera. La inquietud de la oscuridad, en una época en la que el invierno era sinónimo de carencias y hambrunas, convierte el regreso de la luz en una celebración de la vida.

Hay muchos más monumentos megalíticos repartidos por todo el mundo. Hoy son objeto de estudio de la arqueoastronomía, que combina la arqueología, la antropología y la astronomía con el fin de estudiar cómo las culturas antiguas interpretaban los fenómenos celestes. Desde la prehistoria, el hombre ha identificado los solsticios y ha levantado construcciones que atrapaban al sol en esos momentos clave. Sólo en España tenemos el Castillejo del Bonete en Ciudad Real, el dolmen de Dombate en Galicia o el Tholos de Almendralejo. En ellos, en el amanecer del solsticio de invierno, la luz ilumina unas zonas concretas estableciendo una conexión entre la muerte, el sol y el renacimiento. 

No resulta difícil imaginar cómo pasaban aquellos antepasados nuestros esa noche mágica. Una vigilia alrededor del fuego en la que hablarían de los eventos acaecidos durante el año. Los que les pusieron las cosas difíciles como una mala cosecha, una inundación o una epidemia y cómo consiguieron sobreponerse al infortunio. Evocarían aquellas situaciones en las que el arrojo y la colaboración culminaron en una victoria. Escucharían las historias sobre otros miembros ya desaparecidos y contarían otras para que los más jóvenes empezaran a compilar el acervo cultural del que presumían sin ambages los más viejos. Recordar a los muertos, enumerar con alegría a los recién llegados al mundo. Una noche larga, oscura y fría en la que tomar conciencia de aquello a lo que pertenecían, de lo que habían conseguido y de lo que ansiaban recuperar. 

Desde siempre, esta noche ha sido una promesa de renovación. La naturaleza dormida permanece expectante y es precisamente el solsticio de invierno el que anuncia que el sol regresa. Los días comenzarán a crecer y las noches se harán más cortas. 

En los textos sagrados de los Vedas, la renovación está representada por la rueda que tiene doce rayos, como el ciclo solar; el giro permanente de esa rueda simboliza la resurrección. También en la tradición europea la rueda está presente en las celebraciones solares. Es una fiesta espontánea que surge de las profundidades de los tiempos donde el corazón del hombre retorna a la niñez como si, de pronto, quisiera morir y renacer.

La Navidad, el solsticio de invierno, supone una invitación para recuperar cierta “intimidad espiritual” que las prisas se empecinan en negarnos. Disfrutemos del transcurrir de las horas, con un imaginario crepitar de llamas, escuchando atenta y plácidamente. Esos antiguos relatos son el recuerdo de un tesoro que albergamos en nuestra misma sangre. El solsticio de invierno representa la supervivencia de la luz en el momento de la gélida oscuridad, tenemos que ser conscientes de que el solsticio de invierno espiritual hace muchos siglos que comenzó y nos toca continuar viviéndolo, en esta larga noche cosmogónica y espiritual. Nuestro reto será el ser llamas vivientes, señales de luz, para los que quieran continuar el camino.

Disfrutemos de forma consciente de la Navidad, de la familia y de nuestra gente. Los que vinieron antes, te invitarían a que aprecies el esfuerzo, la prosperidad y el crecimiento. A que aprendas a tejer lo profano del día a día, con la ilusión de intentar dejar un mundo mejor. La búsqueda de la felicidad resulta una infantil quimera, pero encontrarnos en plenitud es algo que sí está al alcance de nuestra voluntad. No se trata de liberarnos de inquietudes y miedos, sino de controlarlos. Por la noche, la silenciosa naturaleza puede parecer yerma pero esconde un secreto; después del invierno llegará la primavera, no una sino miles y miles de primaveras por venir. No somos hoy una de las páginas brillantes de nuestra historia. Estamos viviendo en el invierno del pensamiento más que en la primavera de la renovación. Pero en el corazón del invierno, podemos ser lo que hace que vuelva la primavera. Podemos ser la promesa de lo que vuelve y convertir la esperanza en certeza. Porque la esperanza no es otra cosa que la confianza cuando, una vez más, renace de la voluntad.

Celebremos pues la esperanza y hagamos acopio de coraje para levantarnos en la oscuridad. El sol invicto regresa y nos invita a despertar; despertar es al fin y al cabo recordar. Tal y como cantaba Franco Batiatto, somos ángeles caídos en la oscuridad sin memoria de dónde venimos. Finalmente un hombre es tan grande como la llama que lleva en su interior. Solsticio, Navidad…esperanza.

Luis Nantón Díaz