“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”, así inicia Cavafis  sus emotivos versos. En unas sencillas, pero muy simbólicas líneas, el nuevo Ulises nos ilumina sobre el mágico sendero de la vida, sobre todas las aventuras y peripecias que nos depara el destino y de cómo de cada una de ellas podemos aprender una generosa experiencia.

A lo augusto, por lo angosto. Nadie regala nada. La vida, la irrepetible experiencia del viaje de regreso a Ítaca, es siempre compleja. Hay múltiples interpretaciones para este azaroso viaje. Por un lado, es algo totalmente injusto, una sucesión de inconvenientes, escollos y problemas. Que cuanto más intensa es tu vida, mayor es la cantidad de obstáculos que deberás superar, o sencillamente encajar. Pero hay que aceptar la vida y jugar los naipes con la mayor pericia. La vida es algo grandioso, una experiencia realmente única. Pero las cartas te las dan y decides tú las jugadas.

Esta perspectiva pudiera parecer desesperanzadora, si no fuera porque hay una segunda enseñanza, un impresionante mensaje. La vida es así de dura, pero sencillamente es una experiencia maravillosa. La vida rebosa de contratiempos, de los que también se puede aprender, pero es una explosión irrepetible de luz que tenemos que saborear hasta el último minuto. Y cuanto más conciencia de ello, mucho mejor.

Este pasado mes de junio falleció mi Padre. El 20 de junio de 2025. Estas líneas, al igual que siempre, tienen una finalidad terapéutica. Compartir emociones y sentimientos, aunque sea con desconocidos amigos, te permite sanos ejercicios de introspección. Más aún, cuando alguien te para, te comenta, sobre lo que expusiste hace unas semanas, o como le llamó la atención esto o aquello. Ahora comparto algo muy mío, muy de mi familia. Eso sí, he dejado transcurrir unas semanas para digerir, con sosiego y calma, un proceso tan fuerte como es una despedida o un hasta pronto.

El final de esta vida es irreversible, ineludible, es lo único de lo que tenemos absoluta certeza que va a acontecer. Pero cuando te has mantenido impermeable al artificial desasosiego de la modernidad, y mantienes y desarrollas vínculos con lo trascendente, lo percibes como una puerta que se cierra y otra que se abre. No es mi objetivo divagar sobre metafísica, sino dejar claro que cuando tienes capacidad para percibir lo que no puedes introducir en una probeta, las cosas son muy diferentes.

Me atrevo a afirmar que hemos tenido suerte por poder afrontar el proceso de forma adecuada. Para el ser al que despedimos, y para los que nos quedamos. Tuvimos tiempo y entereza para aportar compasión, misericordia, afecto y transparencia. Para poder hablar de cualquier cuestión pendiente, e invitar a un padre, un marido, un hermano, un abuelo a dejarnos con tranquilidad, en la seguridad de que los deberes estaban hechos y todos quedábamos bien. Posiblemente esto es lo más difícil, invitar a cortar amarras, aportar fuerza para un viaje que ya aceptas como inaplazable. 

La despedida, sin perder nunca el norte del reencuentro, es siempre un motivo de reflexión. Entre el adiós y el duelo comienza el vacío de la ausencia, que se convierte en ese dolor suave y ligeramente amargo que permanece aún después de dejarle marchar. El duelo es el abrazo interrumpido a la muerte, que va perdiendo intensidad a medida que el tiempo somete el adiós al olvido. Siempre nos queda la esperanza y una montaña de cosas que agradecer, que son parte de nuestro propio ser.

Mi padre, a su singular manera, defendía sus códigos, procedimientos y estrategias, esas herramientas que nos ayudan en la búsqueda de la excelencia. Hoy más que nunca requerimos producciones que reivindiquen valores como el honor y la lealtad, lazos como el de la amistad, la familia o el amor, y todo ello aprendiendo a reírse de uno mismo. Esto último fundamental, para conjugarlo con cierto grado de sutil picaresca.

Nuestro padre ha sido un hombre de su tiempo. Nacido en el Madrid inmediatamente posterior a la guerra, recibió la dura educación de la supervivencia de esa generación hecha a sí misma, pero que afrontó las adversidades con ilusión y ánimo de progresar. Vino a Canarias a hacer la mili y como tantos peninsulares se enamoró de nuestra tierra y de su gente. Bueno, también de nuestra Madre, porque si no, yo no estaría contándoles esto. Puedo asegurarles que conocía y practicaba muchos más modismos y costumbres insulares, que muchos paisanos. Aquí se casó y de esa unión nacieron cuatro varones, siempre a la búsqueda de la niña que nunca llegó. Cuatro varones a cada cual más tosco, pero por avatares del destino, no por el esfuerzo que pusieron nuestros padres en nuestra educación.

Con las cartas que le dio la vida realizó todas las jugadas que el destino le permitió. Sigo sosteniendo, aunque es una reflexión gratuita, que la fortuna no le acompañó. Un hombre que trabajó tanto, afrontando tantas adversidades debió ser más recompensado. Puede ser, pero sacó adelante una familia, varias empresas y a diferentes amigos. Cometió errores, disfrutó de aciertos y tenía una perspectiva propia en esos cruces que nos marca la vida que a todos nosotros nos encantaba conocer. Un pragmatismo a ultranza, un carácter fuerte, pero un sentido de la lealtad y de la amistad, que ha impreso a fuego en todos los suyos.

Siempre estimé tu consejo, tu forma de madurar problemas y proyectos. Sobre todo en cómo evaluar el propicio momento para actuar, o pasar a la siguiente fase. Gracias por tantos veranos, por tanta dedicación, por estar siempre ahí, y muy especialmente, y con papel protagonista para mi madre, por asistirme en los momentos más duros de mi vida. Por acoger a mi hijo, como vuestro hijo, y protagonizar un proceso educativo, con maravillosos resultados. 

No podemos imaginar las luchas a las que te enfrentaste ni los demonios con los que luchaste en silencio, porque esas batallas las emprendías solo, porque así lo hacían los hombres de tu tiempo. Esperamos, de todo corazón, que en algunos momentos, nosotros constituyéramos un apoyo para ti, tal y como tú lo fuiste para toda la familia. Dejaste huella como hombre, como profesional, como amigo y como Padre. Todo lo que se hace por amor, está más allá del bien y del mal. Todo. Tu ejemplo, con errores y aciertos, continuará guiándonos, y siempre vivirás en las historias que le contaremos a los nietos que conociste y a los que vendrán.

No se me ocurre mejor final que terminar con los mismos versos a ÍTACA: “Ten siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Ítaca te enriquezca. Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte”.

Buen viaje. Te despido, hasta pronto, confiando que el camino sea largo. 

Luis Nantón Díaz